EL POZO
PARTE 1
El mundo, algo realmente desconocido que inunda nuestros sentidos como un alter ego de nuestra “perspectiva vital”. Pero en realidad, ¿Qué es ello? ¿Es real o imaginación? Tal vez … ambas cosas a la vez. En el instante que yacemos exacerbados por insulsas ideas que obstruyen nuestra mente, cuestionándolo todo, trasunto de emporios que nos condicionan la forma en que vivimos. ¿somos realmente hombres o quizás “máquinas personales”? ¿quién sabe?
La realidad es otra. Inconstante e inversa. Hace imposible perturbar nuestro sueño apagado, envuelto en una lluvia de acontecimientos naturales y que en realidad son cuestiones puramente estéticas, dotadas de una síntesis abstracta e iconoclasta.
Necesidad, irreversibilidad, desazón, alejamiento de la verdad. Ideas no preconcebidas surgían de mi mente acechando mi corazón muerto en profundo sueño.
Dichas disquisiciones ambiguas y viscerales eran apoyadas imparcial y firmemente por mi mente, la que, obligada por una rara sinrazón de sensores y movimientos, distribuía ideas de pesadilla en un agitado papel. Rojo y azul cambian de forma, solo un color existe, dos se atenazaban.
¿Era realidad? ¿Un ensueño? Nadie lo sabía, lo cierto es que la mano inerte pero viva, trazaba círculos como poseída por entidades desconocidas; siendo miembros las manos daban cuerpo, profiriendo un seguido de garabatos diseminados en un estirado tronco de árbol, surcando el blanco lino de la madera convertida en celulosa. Por fin comprendía la verdad. Mis tensos músculos apenas podían sobrellevar el bolígrafo que meditaba tinta por doquier. Una multitud de pensamientos que están vertebrados en la mano, le hacen dibujar círculos y líneas sinceras, creando la idea largamente buscada y que la psique personal e interna nos negaba. Era la mano la que cantaba los ecos musicales por las que nuestra existencia era realmente viva y real. Alejado de todo y vivo en todo, la mano pedía engañar dicha dote humana, era lo único que nos quedaba del POZO sin fondo en el que habíamos concurrido hasta ahora.
PARTE 2
La cabeza me estaba a punto de estallar. Escribía cuando no quería escribir, inmerso en un estado de trance del cual quedaba todo mi cuerpo condicionado, víctima de su propio y dañino engaño. Eventualidad asombrosa que cubría las raigambres mal pronunciadas y peor escritas de las elucubraciones mentales de un semi-idiota que luchaba por ser algo, siendo humilde. El espíritu vanidoso se internaba insulsamente en el corazón devoto del Leviatán humano que canjeaba el hoyo fúnebre en su círculo nocturno para vivir sin pena, por causa de sus heridas autoinflingidas; mientras una multitud demostraba su mala objetividad debatiendo su turbio pesar, mostrándose a sí mismo como un CUBO de espanto y desolación.
Ese apremio obtuvo toda la atención del público, ya que el espécimen se agitaba, vagando en su vil morada, inhábito de forma y bilioso parlanchín, vociferando notas místicas de lo que mediocre resultaba.
Poco a poco el agua de lluvia cubría el verde cementerio, atravesando las ranuras de las lápidas para hacer alejar al cortejo. Subiendo en sus vehículos caros y paganos, volvían a sus casas provistos de un notable sentimiento de culpa que hurgaba en sus interiores. Dicho era consolado por la excusa perfecta de la autocompasión. Y es que la creencia del que cree, hace ver su inequívoco error, que por ser error, no lo ve. Mientras entierran con sus lágrimas, en su largo y oscuro POZO, que cada día se ilumina con las rosas matutinas evidenciando la insospechada realidad que nadie se atreve a cuestionar.
Todos están inmersos en sus labores, para ellos es lo más importante. Virtuosos seres. Pequeños quehaceres. Cavan y cavan fosas que de comunes rosas, confunden por doquier, mal saboreando sus dones y capacidades perdidas en un lánguido atardecer. La comitiva se escabulle por entre las puertas labradas de acero del camposanto, mientras todos se van, uno se queda. Luego, el último coche presiona el acelerador y pone rumbo a su hogar. La familia que viaja en él, ruge por llegar a su casa, el diabólico lugar les nubla la mente, una atmósfera de males y fatales pensamientos inunda la carrocería. Poco tarda el chófer y conductor en esquivar un ciclista que se cruza por el arsén pero no puede hacerlo con el camión pluma que corta la carretera. Da dos vueltas de campana y cae en una ZANJA. Poco a poco el cemento diluye toda posibilidad de escapatoria. Se hunde sin cesar, no hay marcha atrás. Pronto la pluma decae el resto. Los pozos de la casa se han realizado. Se coloca el planché, luego, el suelo. Comienza una nueva estructura. Una vida nueva es creada, común y laboriosa... como la de antes.
No hay procesión, no existe entierro; sobre el pozo las ánimas cantan en ello.
PARTE 3
“Herencia de Un fallecido”
En improntas y sobrenaturales desdichas, el hombre sufrió víctima de su desdén irrealizado y
pos de una locura extrema cayó víctima de su propio influjo. La sobriedad y tenazón con la que había obrado hasta la fecha se había visto envuelta en un desencanto profundo. El paraguas vertía sobre su mirada hipnótica dejando caer ladera abajo sus turbios pensamientos. La paralizada faz del moribundo era reflejada con ímpetu ferviente en la cara oscura del “parasol” para acoger la sangría de su vulgar figura.
La desaparición mágica de su rincón idílico le propulsó a una desenfrenada irrealidad; se había convertido en lo que tanto odiaba. De un todo a un NADA. El otrora poder y alegría satisfecha en sus actos cotidianos, tornábase en efecto burlesco de sus pensamientos derrotistas. Valoró entonces la ineptitud de sus actos para el trabajo afín, lo que le condujo a la festividad del Ser. Por fin descansaba. Era hora de llegar al limpio definitivo. La cálida costa arenosa se acercaba, por la que decidía llevársele mástil y popa de su tempestad personal.
El naufragio estaba asegurado, ni diez mil paraguas podían frenar el aguacero que se produciría. Era su vuelta a la RAZÓN. Lo necesitaba. Quería estar vivo otra vez. Empezar de cero. Sabía que había tocado la hora de “tomar las de Villadiego”. Era su depósito en concepto de lo que le sucedería. Sabía que era AHORA o NUNCA. El término de la buena voluntad y abnegación había caducado. Venían días de oscuridad y anarquía.
Parado, ensimismado, valiéndose de ese monstruoso “pararrayos” que todo lo englobaba, volvía en sí para dejar constancia de su resentimiento perpetuo. Era la hora, había llegado a su fin.
<¡Tened esto! ¡Es mi herencia!-dijo. La secretaria giró la hoja por ambas caras y dijo: Pero… ¡si no hay nada escrito! A lo que añadió él: De eso se trata. DE NADA.>
EN UNA CASA SOLITARIA
A Marta, un amor de juventud.
Pánico a lo desconocido, desventuras idílicas irrealizadas. Desdén terrible. Pero, ¿de qué? ¡si tal
no existe! Solamente el incesante flujo de nuestra imaginación. A veces es más difícil contar la verdad que embellecerla con abruptos pasajes de palabras incontenidas e inconsistentes. La realidad es otra muy diferente. A veces todos creemos estar circuncidados por un noble afán de realizar aquello que no existe como causa facilona y de rápida desenvoltura, pero que en realidad nos afecta de mala manera. Creemos renacer pensando lo que hubiéramos hecho o dicho para volver a gozar o sufrir las mismas cosas que nos hubiera gustado olvidar.
Gusta. No gusta. Prohibido. Tabú. Imposible. Sin perdón. Pero bonito al fin y al cabo, pero sin duda un cruel espejismo, una ilusión. Pero,...¿qué es la vida, sino ilusión, vanalidad, simpleza? Es en este roce con la realidad que no acompaña cada día lo que nos cultiva más como personas, ya que tamaña experiencia es de siempre nuestra y es inútil y, a la vera innecesario huir de ella para ensombrecer la verdad que cosechamos cada día con nuestros actos.
Un sur soleado tras la cortina de un lánguido atardecer, que enerva el Sol del ocaso para dar paso a la Luna diaria, hace entrever un vertiginoso fluido de gente andando de aquí para allá por una calle mal adoquinada y de pavimento tortuoso que dirige a ése tráfico por entre un bosque de pinos replantados para desaparecer en un romance de agua. El mar está cerca, unas montañas a mi espalda, una Mar junto de la erosión de un litoral de fama turística y una calor de espanto (típica de Agosto), que hace pensar a uno, sandeces y verdades, historias y penurias quitan un velo tranquilo de unas estivales vacaciones a lo que permite al más aplicado ejecutivo huir de sus metódicas leyes de trabajo.
De repente, unos cabellos dorados (cayendo como cascadas sobre el torso esbelto de una juvenil figura) se ven cruzar en bicicleta, por delante de una tombona playera, que, dejando una estilográfica, deja al portador estupefacto, y pensativo. Rápidamente le corre un pensamiento por la cabeza y se recrea cavilante en su objetivo. Y lo encuentra. Remonta su mente. Quince años pasan de largo. El tiempo a veces se sucede rápido.
El joven emprendedor de rostro impávido, de escaso cabello y barriga prominente, se convierte en vigoroso mozuelo que corre por una desolada calzada de una naciente urbanización costera.
-¡Ya llega abuela!
-¡Ya lo veo!-ruge la joven anciana de cincuenta y cinco años.
-Ya te arreglaré yo, llegar tan tarde! ¿Que no recuerdas las horas, jovencito?-clama el gigante de ojos inquietantes.
Un cachete vuela de canto contra mi frágil mandíbula. La piruleta vuela por los aires mostrando la causa de mi descuido, rompiéndose contra el caliente asfalto. Me había retrasado, jugando con mis amigos que, vivían en los chalets, delante de la playa: Jugábamos a tirarnos al agua desde una colchoneta inflable de color rojo y azul que habíamos comprado en el "super" de la urbanización, por la mañana.
Golpe seguido fui a hacer los deberes para encontrarme un plato enorme de macarrones gratinados con una masa informe de bechamel que resbalaba por los bordes, cayéndose por el tapete.
-Bien, niñito, ¡cariñiiiiín!!! ¡A ver si te lo comes todo!-anuncia la abuela.
La verdad, no sé si me lo decía para ponerme furioso o porque era su forma de ser. Ahora, no puedo negar, que aquel manjar era de lo más "super". Era el especial vacaciones: jugar, comer y la abuela. A veces era una lata, otras era increíble. Pero con todo eran vacaciones.
Cada día me obligaba a dormir la siesta después de comer. Pero cuando la abuela dormía yo me deslizaba por las escaleras para montarme en mi bici e irme con la "trouppe" que me esperaba fuera. Pero este era sólo el comienzo de las vacaciones. La prisión del principio. Los descomunales castillos de arena y el hacerme el enterrado en la playita; las orgías de bechamel y grasa de pollo llegarían a su fin. Pronto llegarían mis padres y luego empezaría la verdadera esencia de las vacaciones. Pero ese año fue especial y me marcó de forma perpetua gran parte de mí.
Una bicicleta “monty” pedaleaba enérgicamente por la recién estrenada calzada de una calle en la que los paletas estaban acabando de construir una hilera de casitas adosadas. La revolucionaria
bicicleta, orgullo del mozo que la dominaba, parecía ser la dueña de la calle hasta que ...
Fue un rápido abrir y cerrar de ojos. Dos niños volaban por los aires, uno en el suelo con la pierna llena de rasguños y el otro estampado contra un abrigado bosque de "setos".
-¡Gilipollas!-le decía el uno al otro.
-¡Capullo!-le decía el otro al primero.
Se estaban a punto de meterse a palos hasta que los separaron los de la pandilla de cada uno de los dos. Estaban en plena guerra de clanes, pero el encontronazo sirvió para que empezara una breve y a la vez merecedora tregua. Encegados los chavales, coincidieron en ir por la misma calle para desviarse al límite de la cuesta donde delimitaban los territorios de los unos y los otros (era justo delante de una masía, ya desierta, otrora un restaurante, donde pegado al corroído vallado, se hallaban los contenedores de la basura).
Entonces, a falta de no más de treinta metros para alcanzar el sitio en cuestión, el chico de la Monty, llamado Julio, gira su cara para ver una faz que le deslumbró. El Sol disparó un flash sobre los ojos del niño tan pronto los puso el en dirección a aquella espectacular visión. ¿Era un espectro?
¿Era imaginación?
Los adustos ojos del mozo cosecharon todo el pasadizo de brezo por el que había visto esa belleza y que ahora oculta, no dejaba ver su cordura.
-¡Esperad! -dijo
-¡Vamos!-dijeron los otros-¡Qué nos atrapan y van a ganar!
-¡Estad quietos!
-¡Capullo! ¡vete al cuerno!
En aquel instante se iban a ir cuando...
-¡Ahora!, ¡mirad, mirad.... capullos!
Y los críos se volvieron hacia donde les dijo el niño. La más espectacular e increíble visión de belleza visitó las pupilas del zafarrancho de niñatos, subiendo el grado de tensión al límite.
Luego el chico de la otra pandilla estribó-Se llama Kristelle, es franchutte...Está buena ¿eh?
-¡Ni que lo digas!-dijeron todos
Y entonces, miró a Julio, y Julio en ver los ojos verdes de la chica, se estremeció.
-Eh!, Julito,-dice Tomás (el otro, acostándose sobre el manillar de su flamante "motoreta 3")
-¿No sabes que ya me la he morreado? ¡vaya como está la fulana! Y añadió-¡qué puta que es la tía! Tuvo suerte el Tomasito de que asieron a Julio cinco tíos fuertotes de la camada porque sino, ya sería historia. El Julio siguió mirándola mientras los ciclistas se dispersaban.
El amigo de Julio, Lucas, le dijo- ¡tranquilo! vamos esta noche al "Camping" a ver si la vemos.
-¡Vale!-dijo Julio, exuberante, pudiendo ya percibir una segura conquista …
Ese Camping poseía el único garito en que valía la pena acercarse en cuatro kilómetros a la redonda. En toda la tarde estuvo pensando en la niña. Las horas se sucedían, no sabía que hacer. Sólo pensaba en ella. Las manos le sudaban. Hasta que sonó el timbre. Eran sus amigos. Lo habían ido a buscar para llevárselo a la fiesta.
-¡Vamos tortolito! (sonaban risas)
Después de "maquillarse" durante rato suficiente para hacer desesperar a un león hambriento, salió de la casa, tupé en marcha y cuello en vuelo de la camisa.
-¡Vamos niños!-dijo
Llegaron al Camping. Hacía una agradable brisa alrededor de aquellas diez de la noche.
El bareto estaba cerca de la playa, tanto, que se podía paladear el olor a salitre desde su ancha terraza. Pronto los amigos del Julio entran en el bar, y como si de un comando militar se tratara se adueñaron del recinto. El coronel, por supuesto, se había mantenido al margen, entrando el último, y sólo. Había un ambiente casi de tebeo. Parecía un gran día. Era temprano, pero en realidad el toque de queda habitaba a la medianoche.
Ahora tocaba esperar.
Tras largo rato, Julio, cansado, se fue.
-¡Vámonos!-dice Lucas.
Julio sabía que su pasión romántica era algo imposible. La chica no vino. Julio, destrozado, llegó a casa víctima de su propio engaño.
A todos nos gusta creer en un fin inalcanzable, meditando sobre ello, vaciándonos la mente de tonterías, pero al fin y al cabo, la verdad es más preciosa que la imaginación. Y a ésta a veces se debe hacer volar para dirimir entre la verdad y la mentira, la experiencia y la pubertad.
LA LIVIANDEZ DEL ARTE
Es libidinoso aquél que profiere dotes de su vulgar figura veinticuatro horas al día por tal de proseguir un día más, agradecido, por lo que aparenta saber sin saber nada.
Es de simple afán inadvertido atisbar la insigne sinrazón del arte perdido que se nos evoca constantemente día a día sin que nada ni nadie haga nada para “cambiarlo”. A veces lo fácil es digno y lo habitual es oprobio. Pero es la cotidianeidad lo que hoy día hace resultar. Y, es que se ha perdido el arte de verdad, sólo existen meras réplicas de una infame divergencia que no queremos diferenciar entre lo que hoy se escribe y lo que ayer se escribía. Las virtudes del positivismo económico no nos hacen diferenciar lo que realmente debe expresar un autor y de que forma lo debe decir para no caer en el absurdo de nuestros días.
Hace tiempo, en una aldea cerca de Oviedo, conocí una persona que describía la más inimaginable austeridad que jamás había visto ni oído. Yo, en esas fechas, realizaba un viaje al corazón de la España Septentrional, allí dónde se habían fundado los primeros enclaves cristianos que nos conllevaron a la fundación de un vasto imperio. Mi peugueot 305 aguantaba la constante lluvia torrencial que caía con un impertinente goteo sobre la vaca de mi vehículo. Las luces de posición y faros antiniebla hacían lo que podían en una carretera sin iluminar, falta de alumbrado y lloviendo de forma que no dejaba ver en más de cincuenta pasos por delante. Acto seguido, veo en una encrucijada de caminos un cartel indicativo que me señala mi destino. Es de noche y camino de cerro; las piedras despedidas por la lluvia rebotan sobre los rodajes, escupiéndolas por todos lados y rebotando por todo el capó. Dos minutos más tarde, yo iba por sendas sinuosas y pasando cerros y arboleda en la que se acentuaba la mano del hombre que me guiaba a mi sino; hasta que vislumbré una decrépita luz que poco a poco se fue haciendo más y más fuerte, hasta que no dejaba ver el camino siquiera, a lo que frené el coche cayendo en un gran barrizal. La infame charca de lodo habría cubierto todas las ruedas del coche. Yo opté por saltar del asiento hacia el exterior, a lo que resbalé y cayóse mi pierna derecha al charco. Salí como pude, me incorporo y camino a la deriva hacia lo que me parecía como un puñado de casas apisonadas entorno a una Iglesia de cariz románico, sin rehabilitar y que cuyas piedras externas ofrecían una legión de hierbajos, enredaderas y en la que se hallaba una sombreada oscuridad ceñida de hongos y furúnculos pilosos que ofrecían ese color violeta y azulado a una pulida piedra y que amenazaban a la ruina sagrada, pero aún con todo, aguantaba. Entré a pedir ayuda hasta que pude contemplar que no había nadie por las inhóspitas callejuelas. ¡Claro está ! ¡Con todo lo que llovía!
El agradable olor a brasa y el alcohol calloso se me precipitó cual bocanada de aire que me hacía recapacitar en lo que respecta al viaje que ya me estaba pareciendo un infierno. Delante mi había una tasca pueblerina. Me acerco. Entro. Un chirrido de puerta me hace ver que en él no tienen seis en uno, y golpe seguido entré en la posada mientras cien miradas me acechan al entrar.
-¡Oiga!- le digo al posadero-necesito ayuda con el coche…
Y prosigo-se me ha calado en el barrizal y no lo puedo sacar
-Lo ha cerrado bien?-escupe el camarero.
-¡Sí!
-Entonces no tiene porqué preocuparse, cuando pare de llover, se lo arreglará Pepe.
-¿Quién es Pepe?-pregunto
-El mecánico, es que ahora está más ebrio que “Alejandro”. Es el que ni siquiera se ha fijado en usted al entrar; está encima de la mesa con la boca abierta, echando una cabezadita. Y continúa hablando a la vez que me sirve una cerveza y algo para llevarme en boca. Yo como y bebo, y el camarero sigue hablando, y yo sin escucharlo, hasta que dice algo que me impacta-
-El mecánico como le decía, sabe que hace cuando no tiene trabajo?
-¡No!
-Escribe... El muy loco se pone a escribir. Todo el mundo lo toma por chiflado, si no fuera por que arregla los carros bien, rápidamente le hubiéramos dado el boleto.
-¿Qué quiere decir usted? (dije)
-Pues que no es un tío normal; escribe no se qué de cuentos naturalistas, describiendo paisajes y claros de luna. Piensan la gente de los aledaños que está ido.
-¡Oiga!, ¿tiene algo para dormir? Sí, me queda una habitación. La tenía alquilada pero el hombre se murió. Ahora mismo ordeno que le cambien las sábanas y doy la llave de paso para que usted se pueda asear.
Subo las escaleras de la casona hasta llegar hasta el umbral de la estancia. Es de lo
más sencilla, una cama de crujientes maderos carcomidos y las paredes decoradas con papel. Una ventana deja ver la lluviosa tempestad que azota el enclave en el que estoy, iluminando el cielo, para dejar ver todo el boscaje de quinientos metros a la redonda.
Entro en el aseo, me lavo las manos, cojo una pastilla de jabón y la froto contra el pantalón, al que aclaro con agua en la bañera de patas. Después los dejo secar cerca de la ventana en un sillón tanto o más curtido que la cama para meterme en la bañera, cayendo el agua por el grifo a chorro cual estruendo brutal de la cisterna.
Me levanto. Son las siete de la mañana. Bajo al bar que se encuentra bajo mis pies a una planta por debajo para servirme café y unas galletas.
-Ahí está Pepe,- exclama el barman.
El hombre saluda con la mano y yo le explico lo que me sucedió anoche a la entrada del pueblo.
-Unas galletas y un café más tarde vamos a buscar el coche...
-¡Vaya!, ¡el lodo está firme! ¡Y será difícil sacarlo!-exclamó Pepe-
Diez minutos después veo al “Pepito” con un tractor que se acerca. Enganchado, lo saca, y se lo lleva al taller. Los dos bajamos del tractor y me dice: -En un par de días lo tendré arreglado.
-No puede ser, tengo que estar en Oviedo mañana.
-Pues no podrá ser …-afirma contundente, el hombrecillo.
-Bueno,errhh…si usted insiste, pero ¡arréglemelo!
Ya me iba cuando veo a unos temporeros aragoneses que cultivan unas tierras cercanas al pueblo chillando: -Pepeee!!!, Tontito, ¿qué ya escribes?
Eran dos los que chillaban, uno con un mazo y otro con una pala. El asunto se calienta. Pepito quiere atizarles, cuando recibe un palazo en la cara y cae al suelo. Yo, salto encima de ellos y les zurro a base de bien. Se van los cobardes muy espantados, corriendo como si les persiguiera el demonio. Entonces, voy a ver como se encuentra Pepe.
Sólo está inconsciente, le llevo a su casa y le curo la herida.
-No es nada-dice
-Sí, no lo es, pero tendremos que dejar para más tarde lo del coche.
-Ni hablar; un trato es un trato; venga pasado mañana.
Pasados dos días, vuelvo y me veo el vehículo en perfecto estado, como nuevo.
-No sé como darle las gracias.
-Para nada.
Le pago y me voy camino de Oviedo paro en una estación de servicio a comer algo, cogiendo la bolsa de viaje que llevaba en el maletero … Todo está en orden, y entonces veo debajo un libro a símil de agenda escrita a mano y me la llevo al bar. Empiezo a leer y quedo pasmado, ¿de quien será eso? Parece una mezcla de Valle Inclán y de un Bécquer redivivo.
Cuando acabo de leer una hojas, pago y me voy, y mientras voy para el coche, me cae un papelillo. Y lo recojo. Y leo: “para un amigo, Firmado: PEPE”