Mañana será otro día
Estoy con toda la
sensación de que hoy puedo escribir algo.
Me alegra estar en
mi lugar exclusivo de la casa. Cuando quiero encontrarme vengo aquí, donde están
mis cosas más cercanas.
La soledad es una
forma de compañía, y los pensamientos discurren libremente sin distraerse en un
diálogo.
No sé cómo encarar
este cuento, había pensado en algo ligero, sin complicaciones porque todo es
agradable esta noche de primavera.
Abro las ventanas,
ya no hay gente en la calle, es muy tarde. Doy vueltas, preparo una taza de te.
Me molesta no empezar, pero las palabras que propongo se evaporan ante la crítica hostil que les hago. Miro la
biblioteca, me gusta acariciar los libros, la suavidad del cuero o la aspereza
del cartón. En ellos hay símbolos de la vida, fotos, flores secas, boletos,
entrañables perfumes del pasado. Algunos están en los estantes más altos, bajo uno,
al abrirlo cae una nota antigua escrita en papel de seda, la reconozco de inmediato, es una de las tantas notas que
mi hermano Adrián nos escribía. Pertenecía a esa clase de seres que no encajan
en la realidad por su inusitada inocencia. Todos tratábamos de que entendiese
que tener veinte años era suficiente para ser feliz, y nos reíamos de sus notas
dramáticas. Tío Luís decía que a esa edad todos quieren ser Baudelaire, y que
no había que hacerle caso porque «el que lo dice no lo hace»…
El reloj sigue
andando sin fatiga, miro la calle. Un hombre pasa ensimismado pero la intuición
hace que nuestras miradas se toquen, nos acompañamos un instante, una
eternidad. Tal vez nos vincule una misma tristeza. Guardo la nota en el libro y decido
que ya no quiero escribir, que mejor me acuesto. Cierro la ventana, la madreselva inyecta su perfume en la brisa,
y una furtiva mariposa de la noche se cuela en el cuarto, pienso en Adrián y en
mi desconsuelo que resiste al tiempo.
Mañana será otro
día.
Relato: ©Mirta Nilda Bretaña
Imagen: ©Nina Nikolova
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