La sorpresa
Siempre me había gustado especular con el tiempo. Tenía la convicción de que los hechos inevitables, ocurrían tomándonos como instrumentos sin tener una participación consciente. Pero esta vez había decidido planear todo cuidadosamente, no iba a dejarme sorprender por nada. Estaba en juego aquello que hace que la vida tenga sentido y que podamos saber quiénes somos sin tener que esperar a morirnos.
Con Alejandra nos conocimos al ingresar en la escuela secundaria.
—¿Cómo te llamas?
—Liliana —le dije—, ¿y vos?
—Alejandra, ¿nos sentamos juntas? (así nos encontró el último día después de cinco años ricos en alianzas y diferencias que, sin embargo no pudieron separarnos).
Ella continó los estudios de Derecho y, yo, terminé la licenciatura en Matemáticas.
Pasábamos largos ratos discutiendo insondables ideas seudofilosóficas que nos dejaban con ganas de seguir.
La visión existencialista que siempre me atrajo e investigaba con fruición prendió en mi pensamiento sin abandonarme nunca. «Las personas son buenas en esencia pero sujetas a circunstancias que las controlan y que no son racionales». Mi modelo social yacía en el protagonista de La caída, y pensaba que Camus lo había retratado con certeza.
No coincidíamos, ya que Alejandra creía que había otras miradas para analizar la existencia. Nos casamos con cuatro años de diferencia, siendo yo la primera.
Cuando le presenté a Fernando me dijo que era el hombre ideal para neutralizar mis arrebatos de perfeccionista y aportar flexibilidad a mis ideas estructuradas.
Para él conocerla fue interesante porque nuestro noviazgo había sido breve y nuestras largas charlas compartidas hablaban de nosotras.
Alejandra se casó con Luis y formamos un grupo muy cercano planeando viajes y encuentros. Poco después de nacer Luisito, su único hijo, me comentó que no andaba bien su matrimonio. Traté de alentarla a continuar pensando en una crisis pasajera. Hubo momentos en los que me confiaba episodios de su vida en común que no dejaban de asombrarme por lo íntimos. Según ella había muerto la pasión y el vínculo agonizaba día tras día distorsionado por grises diálogos sin interés. Cuando se separaron no supimos más de él y las visitas de Alejandra a mi casa se hicieron más frecuentes. En la sobremesa se quedaba hablando con Fernando en quien era evidente, había encontrado el interlocutor que necesitaba.
En esos días pensé que esa relación ocultaba facetas desconocidas para mí y la sospecha fue invadiéndome sin que sintiera decepción de mí misma. Siendo los dos abogados a menudo hablaban de temas referidos a la profesión de los que me sentía excluída.
Mi atención a los detalles era vigilante, cenital.
Todo cobraba importancia, una palabra, las manos (tan elocuentes), las miradas, cierta expresiones solo comprensibles para quien sentía como yo que ellos compartían un secreto.
No podía decir nada, no tenía evidencias pero sutilmente mi relación con Fernando fue sufriendo insensibles cambios y se instaló en mí un frío que como una bruma me iba envolviendo.
Pensando en mi propio esfuerzo por fingir que no pasaba nada no entendía como él podía mostrarse tan natural a pesar de la doble vida que llevaba. Cada frase mía presuponía muchos análisis y ensayos acabando extenuada cada día.
Una tarde de regreso a mi casa me detuve frente al edificio donde vivía mi amiga. Miraba su ventana y algunos recuerdos se hicieron presentes: el abrazo interminable cuando recibió su título, las lágrimas cuando se quebró su matrimonio, la preocupación que nos encontraba desveladas en las noches cuando se complicó la neumonía de Luisito y más recientemente los días enteros a su lado cuando tres meses atrás tuvo un accidente con su auto. También recordé con nostálgica sonrisa nuestras disquisiciones literarias. A ella le encantaba Whitman, sus largos versos sálmicos.
—Los prefiero porque celebra el universo, aún lo malo —decía.
Yo en cambio prefería autores como Flaubert que pensaba y escudriñaba cada palabra analizándola obsesivamente.
¿Dónde estaba toda esa complicidad que había sido tan auténtica en nuestras vidas y que ahora me parecía tan falsa? ¿Pueden desintegrase los sentimientos hasta transportarnos a un tiempo sin memoria?
Todo había muerto. Me sentía estafada y no podía perdonar. En esto estaba cuando ví salir a mi marido de la casa de Alejandra.
Algo ardiente revitalizó mi humillación, no iba a permitir que subestimaran mi inteligencia. Necesitaba esclarecerlo todo.
Una situación fortuita me dio la oportunidad. Debía viajar a Buenos Aires para resolver un asunto administrativo relacionado con una propiedad. Resolví invitarla. Sería un viaje de cuarenta y ocho horas ya que saldríamos el jueves para regresar el sábado. Esa noche la llamé, dudó bastante antes de aceptar lo cual entendí, seguramente sería difícil compartir esas horas y mirarme cara a cara.
Por su parte Fernando se mostró reservado. Por momentos parecía querer explicarme algo, pero como yo sabía de que se trataba eludía toda posibilidad de diálogo.
Finalmente partimos. Una gran opresión me invadía y sentimientos encontrados luchaban por manifestarse.
Ella se mostraba animada como quien ha tomado una determinación largamente pensada.
¿Cuáles serían las palabras que usaría para decírmelo? La miraba inquisidora tratando de adivinar sus pensamientos y dirigía la conversación hacia los recuerdos más significativos de nuestra relación. Notaba como se turbaba y simulaba conmoverse, hasta me pareció ver cierta humedad en sus ojos.
¿Qué cara pondría cuando viera que no me sorprendía nada y que hasta había dejado todo arreglado? Él recibiría noticias de mi abogado para concretar nuestra separación. Le diría que mi estilo era simplificar, no iba a impedirles continuar con su historia. Irónicamente recordé que me encantaba dar sorpresas, me sentía dueña de la situación y cierto amargo placer recurrente se apoderaba de mí.
Paramos a comer algo en uno de los tantos lugares de la ruta.
Dos horas después, Alejandra estaba muerta.
Todo ocurrió como si yo no fuera parte de esa historia.
De pronto se sintió mal, llegamos al primer pueblo y fuimos al hospital donde escuchaba decir algo sobre paro respiratorio, denunciar a la policía. Me preguntaban insistentemente diferentes cosas. Me dijeron que habían llamado a mi casa y que me quedara tranquila.
No sé cuanto tiempo pasó. Pensaba en lo indescifrable del destino y una infinita sensación de angustia y confusión se adueñó de mí.
Alguien me anunció que había llegado mi esposo.
Cuando entró al cuarto yo estaba mirando por una ventana.
La soledad de la noche y algunas luces intensas iluminaban un cielo impaciente, cargado de sombras. Se acercaba una tormenta.
Su voz me llegó desde muy lejos y muy pausadamente bebía sus palabras mientras una mortal desolación me iba cubriendo.
—Imagino lo que esto es para vos —me dijo, mientras me abrazaba—, pero hay algo muy importante que debo decirte, Alejandra sabía que iba a morir. Hace tres meses cuando se accidentó con el auto fue porque había perdido el conocimiento por unos momentos, eso motivó la consulta y el posterior diagnóstico de un tumor cerebral inoperable. Lo primero que hizo fue llamarme. No quería que supieses nada hasta que fuese inevitable. Fuiste su apoyo incondicional, su amiga entrañable. Quería compartir este viaje como lo que seguramente sería su último viaje. Le preocupaba tu tristeza, sabía cuanto significaba para vos y cuanto la querías. Pero debes ser fuerte. La semana pasada me pidió que fuera a su casa para ponerme al tanto de la situación de Luisito, me dijo que era un consuelo enorme saber que contaba con nosotros para protegerlo. También desde hace tiempo fue derivándome sus casos del estudio para que me hiciese cargo, y jamás podré olvidar la expresión de su rostro cuando la escuché diciéndome que agradecía a la providencia haber gozado de una amistad como la tuya.
—Vamos... por favor, ¡no estés triste!
Imprimir artículo
Mirta Nilda Bretaña es una narradora argentina residente en Buenos Aires. Recientemente ha estrenado un blog dedicado al estudio de los relatos de J. L. Borges, autor que, sin duda, ha ejercido de espejo para formarse como autora. El relato que hoy publicamos aquí formó parte, el pasado 2011, de una antología de autores argentinos galardonados en sus respectivas trayectorias literarias.