'Belleza salvaje'
(una odisea entre fiestas particulares)
La tenía en mis nalgas. Ella era bella, rubia y, ahora más que nunca, blanda. Su adusta y joven figura se arqueaba en rápidos y furtivos vaivenes que demostraban su pasiva agilidad, que, acometía hacia mí con una pose que la encorvaba más y más cada vez. Parecía de goma. Como una de esas muñecas de látex a las que les podías hacer todo lo que quisieras. La diferencia es que era ella, esta vez, la que llevaba la voz cantante. Me tenía dominado. Atado. Me subyugaba. Y fue luego, en el súmum de nuestra pasión, en el epicentro sexual que ella se había trazado cuando Alberto Ruiz, el anfitrión de aquella singular movida, hizo entrada: -¡Venga! ¡Levantaos ya! ¡Qué ya es de día!
Nos había cortado el rollo por completo.
-Espera, que estoy terminando...-repuso ella.
Entre regañadientes y con la cabeza gacha, se fue.
Lo cierto es que la gata salvaje ya había cruzado la línea. Yo ya me la había pasado por el cepillo cinco veces en las últimas cuatro horas, pero ella no tenía suficiente. Pedía más y más todavía. Por el contrario, y a pesar mucho de ella yo no tenía más conque obsequiarla; por ello, di la sesión por acabada. Como Hemmings en Blow-up, me vi libre al fin. La puritana casa particular, con sus crucifijos y rosarios que adornaban estancias, pasillos y mesitas de noche, se había convertido en un gran putiferio. Bragas y sujetadores yacían esparcidos por todos lados, y un enorme mojón de cuerpos entrelazados echados en camas, sofás y futones cubrían el epiléptico edificio, mientras las copas de Moët Chandon y vino tinto iluminaban el oscuro y pisoteado suelo, el cual, tenuemente me iba revelando la salida de la mansión. Atrás quedaban las luces de neón del pub de medianoche y la bola disco de colores rosa y fucsia que me había alumbrado mientras le daba cuerda a esa loba de ciudad que aullaba sin parar.
Copyright:
Imagen:
Abi Pap, 2010©
Cuento:
Ángel Brichs©
1 comentario:
Excelente.
Publicar un comentario