“Por muchas cartas que tengas, si no quieren jugar contigo nunca ganarás la partida”
Ángel Brichs
Me hallaba solo en el vagón. Era tarde. Noche profunda. Era mi sueño. Estar solo. Pero, por desgracia, no podía. Los hechos me habían sobrepasado. El tren no había llegado a su tiempo y los pasajeros se hacinaban en la estación para esperar el transporte que les llevaría a casa.
Si en un primer instante los viajeros estaban mustios y callados, luego, empezaron a hacer trabajar sus cuerdas vocales, y sus cuerpos, extenuados del trabajo diurno, se relajaron, echándose sobre bancos y suelos con extrañas contorsiones y movimientos de desidia, más parecidos al tai-chi que a una sesión de reflexología podal, que es lo que muchos necesitaban.
Aunque nos avisaron a todos de la demora del tren que debía pasar por la vía cuatro, la nuestra, éste llegó sin previo aviso, diez minutos después de anunciárnoslo por el altavoz de la estación. Sin darme cuenta, durante mi espera en ella los andenes se fueron llenando de gente, que, cuando el tren impuntual abrió sus puertas, se convirtió en una marea humana que todo hacía pensar que no podía ser engullida por la máquina.
Yo, adelantándome, me senté en la primera butaca vacía que encontré. Era de esas abatibles, que suben y bajan, y que si no las sujetas cuando te levantas, emiten un sonido seco bastante molesto.
Sentado ya, como observador perspicaz que soy me dediqué a una peligrosa y, a la vez, placentera tarea, que la gente común califica con diversos apodos, de los que siempre me ha gustado aquél de “observar conejos”. Particularmente, el hecho de contemplar a la gente, y si es posible a los individuos del sexo contrario, o sea, las mujeres, os puedo asegurar que requiere del ejercicio de concentración más absoluto para conseguir descifrar, en un pequeño porcentaje, el sentido de los actos de la mujer. Hecho que aún yo no he podio comprender en toda su dimensión. Y es que la “femme fatale” se comporta con una sutileza imposible de encontrar en el sexo masculino. Es imprevisible, delicada, y a la vez puede ser tremendamente cáustica, hasta rozar la terquedad más inimaginable.
Delante mío, una chica de unos veintitantos, con una permanente a lo Boy George, una verdadera cool fashion sexy punk; a mi izquierda, pierna sobre pierna, dos chicas jóvenes, catalanas, de Manresa quizá; una con un piercing en medio del labio inferior, vestida con ropa algo hippie y unos pantalones harenes que ocultaban unas piernas albinas que nunca les habría tocado el sol. Más allá, tres jovencísimas pre-universitarias que no sabían contener su inmedida educación, hecho que no dejaba duda de un carácter provinciano que tampoco ocultaban las jovencitas de tejanos extremados y lindas figuras que se cruzaban, minuto sí minuto no por delante tuyo, mostrando sus caderas perfectas y culos respingones, que, junto a sus senos prietos y enderezados figuraban cual pinchos morunos en una inocente y perversa pasión de pubertad de brindarse a los ojos que las vigilaban.
Mis pensamientos se desvanecieron cuando llegué a mi parada. Me apeé en los tristes adoquines bajando de la máquina. Atrás quedaban los cuchicheos de mujeres y hombres, atrás quedaba solo y, detrás mío un tren huidizo calentaba motores para proseguir su marcha, sujeto efímero de lo que somos. Eterno cuadro de nuestra existencia; y con él, pensamientos ocultos de satén, lycra y seda se perdían en la lejanía, hasta el infinito, eternos, en nuestras vidas, y en las de ellas.
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3 comentarios:
Un retrato de un recuerdo,muy bien narrado.Y que además plasma tanto imágenes internas del observador así como las eternas con interesante equilibrio.
Una buena fotografía de un momento cotidiano. Disfrutar de un viaje observando los acontecimientos, siempre viene bien. Por lo menos es más entretenido.
Saludos cordiales,
Hasta pronto un abrazo.
Interesante cómo nos detenemos a generarles vida a las personas que como maniquíes nos rodean en esas circunstancias. Atrás de los detalles que menciona tu relato hay toda una vivencia, que podemos fantasear o no, que podemos deducir o inventar y de todos modos nos dejaría ese contento de saber conocida a la persona que se sienta a nuestro lado en el tren, ante nuestra inminente soledad que no nos permite pensar en otra cosa que en un desconocido, para sentir ese calor que nos avisa que aún no hemos muerto.
Por cierto, que cantidad de historias interesantes que surgen de los trenes.
Muy buen relato.
Saludos.
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