'No hay nada más sádico y artero que sopesar la verdad junto con todo lo que contiene.'
Ángel Brichs
La carretera estaba cortada. Estábamos aislados y nuestra calle había sido víctima de un 'fitipaldi' que obstruía la calzada; así, las excavadoras y protección civil no podían llegar siquiera a la zona donde habitamos. Para el colmo, no era poco eso que la compañía eléctrica nos cortó el suministro. Ahora sí que nos encontrábamos jodidos de verdad. En las primeras horas todos reímos y nos contábamos lo bueno de no poder ir al trabajo, de vivir experiencias como ésa, como auténticos aventureros. Lo cierto es que el cerebro humano es, a menudo, ingenuo, hecho que le hace a uno creerse un superhéroe capaz de realizar las hazañas más extraordinarias. Sólo faltan unas horas sin los elementos más básicos para hacer largar los humos a más de uno.
Como un volquete, el grupo de amigos que se habían quedado durmiendo, esparcidos por habitaciones, salones y cocina después de la fiesta organizada el domingo por la tarde y que había acabado a altas horas de la madrugada, se vieron sorprendidos por una intensa e imparable cortina de nieve que ya empezó a hacer intransitable la calleja de la urbanización donde nos hallábamos, allí por las ocho y cuarto de la mañana.
Una súbita e inconfesada alegría recorrió sus cuerpos impúdicos, que, aunque levantados ya, amanaban el calor de una noche bien agitada.
Nieve entera, nieve a dos lados, remolinos de nieve y copos gigantes estaban inundando un cielo completamente blanco que amenazaba caer sobre nosotros. Como en una alegoría del fin del mundo, Yolanda, una joven modelo de veintidós añitos que quería hacerse un nombre en los círculos de las pasarelas, ya que en ellas, aún, desfilar no desfilaba, añadió: -Vamos a hacer un hombre...
Todos la miramos a la vez. Es extraña la facilidad conque la mayoría de nosotros le encontrábamos juego a las frases sin sentido. En otro momento nos hubiera parecido una insensatez pero, viniendo de los voluptuosos labios de Yoli no podíamos menos que prestarle atención. La chica no estaba mal. Unos senos bien formados, made in corporación dermoestética y un culo marca 'quiéreme mucho' del mismo fabricante, eran, al mismo tiempo, excusa y respuesta. Al tiempo, sus labios carnosos añadieron 'de nieve'. Parecía que nos estaba esperando. Cuando la observamos y más tarde nos miramos unos a otras y otras a unos, meditamos a razón de hacer posible aquella baladronada 'cursi' o no.
Una vez terminamos el gigante nevado que ya adornaba el jardín, entramos de nuevo en la casa. Nos vestimos con ropa de abrigo y un buen calzado que neutralizase los rigores de la intemperie y nos fuimos hacia el pueblo.
Al fin había dejado de nevar; otro día había nacido, que soleado y azul iba desintegrando poco a poco el aparatoso montón de nieve para convertirla en una fina capa de hielo.
Media hora más tarde, un grupo insólito formado por cinco hombres y seis mujeres entraba en el restaurante 'El brasero y yo', sito en la entrada del pueblo. La puerta se cierra y con ella, una delgadísima capa de nieve cae al suelo, como si de nieve, o debería decirse, leche en polvo, se tratara.
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