La señora
El vaso cayó al suelo, no se
rompió, y además estaba vacío. Una señora que esperaba a alguien, se acercó y
presta lo cogió para llenarlo con este contenido:
—¿Cómo te llamas?
—Me dicen Taka.
—¿Qué edad tienes?
—Quince.
—¿Vives por aquí?
—Cerca
(quiso decirle cerca de ti).
—¿Te puedo tocar?
Antes que le responda empezó a mirarlo
completamente, con una rigurosidad que quema.
—Si quieres...
—¡Ajá!, tiene una buena
estructura.
—Mi prima piensa igual.
—Buena masa muscular,
¿haces ejercicios?
—Planchas, abdominales,
y con esta mano también disparo.
—Sí, ya me di cuenta,
te han crecido las manitas, ya tienes las manos de un hombre grande —le dijo bajando la
mirada, y subiendo su nivel de hormonal excitación—.
La habitación de Taka muestra un
orden disimulado.
Le miró despacio, como si estuviera en
cálculos de angustia, buscando el modo más salvaje de quitarle toda la ropa,
eso siempre le sucede cuando una mujer se pone medias negras de nailon,
provocándole lisuras de erupción pasional.
—¡A ver saca tu lengüita!
Oye, ¡qué grande la tienes, sácala más, lengüea!, ahora muévela
despacito, piensa que la tienes enferma y necesita urgente toda mi saliva pero
en comprimido de besos, los más húmedos.
Él no trataba de comprender, ni así le pidiera
que cambie de posición. Estaba disfrutando de un placer único que no siempre se
presenta, y no tanto por estar concentrado en ella sino por como se vienen
dando las cosas.
—¿Duermes con ropa?
Takaetsu dejó caer el vaso nuevamente.
—No es mi costumbre.
—Hueles a bragueta abierta
—contradijo risueñamente Alicia—.
—Y tú… hueles a
vulgaridad.
—No es necesario que me
lo digas.
—Quieres que te coma —le dijo sin reírse—.
—A ver empieza con…
—Ni en broma gringa,
con hacerte cosquillas, me basta.
Ella le mostró su espalda desnuda, donde ve
algunos lunares como si fueran botones oscuros.
—Quisiera
arrancártelos.
—Hazlo, no hay que
pensar mucho para hacer las cosas.
Él la volteó sin delicadeza y pasó la mano
atrevida por todo su cuerpo alargado, besó sus redondos y grandes senos de un
color rosado lechoso hasta morderlos como si no tuviera dientes. Alicia calló y
gozó todo lo que pudo. Taka fue su sexual artesano en esos momentos y hasta le
gustó que no gritase.
—Me confunden los
gritos, me ponen de malhumor —dijo Taka—.
—No es mi estilo
gritar, sino manifestarme con una ondulante naturalidad, como si tuviera
cargándome de una electricidad que nunca he sentido.
—¿Tienes dinero? —le preguntó, con la
curiosidad salpicándole la cara—.
Alicia algo desconcertada, se puso un
cigarrillo en sus labios sin encenderlo. Como si estuviera posando antes de
entregarle algo más que una respuesta.
—¿Cuánto tienes? —insistió con voz
absorbente—.
Su cuerpo tiene una perfumada blancura de
señora madura, una constitución física que ningún hombre puede dejar de mirar.
Ya hace algún tiempo la vieron por ahí dando vueltas como si tuviera la
dirección equivocada. Alrededor de Alicia se oyen unas melodías que sólo
Takaetsu Mori, el japonesito del barrio, la pudo escuchar, y vaya que no demoró
en encenderse el cigarrillo.
—Estaba vacía hasta
que…
—Hablo de dinero —volvió a insistir—.
—Piensa mejor (hace una
oportuna pausa), que todo mi dinero lo he quemado con mi propio fuego.
Con una cólera que bajó desde su cabeza hasta
llegar a sus pequeños pies, Taka pisó —o mejor dicho aplastó— el cigarrillo que
ella había dejado caer. Escuchó que lo llamaban, baja Taka es la hora de
almorzar, hace rato que te estoy llamando, ya voy, espera que ya termino
de…desde la amplia cocina es costumbre oír gritar a Norka la empleada de la
casa, que intenta establecer un vano horario con el único hijo de los patrones
viajeros. Sabe que es un adicto no sólo viendo televisión casi todo el día,
sino a la descomposición de los deseos, no le obedece ni a su propio cuerpo, se
deja estar, dándole ventaja a sus instintos más primitivos. Hace poco, al
terminar de ducharse, con las manos mojadas le agarró sus caderotas de chola
poderosa, y se puso al toque en primera fila para puntearla, y no era la
primera vez. Norka gritó tan fuerte como soprano amenazada, que casi se queda
muda por la impresión.
Más tarde y como es habitual los padres de
Takaetsu llamaron desde Osaka, su mala costumbre de no descolgar el teléfono se
hizo tan notorio, y Norka que menos ganas tiene sabiendo que es su obligación,
el desesperado teléfono fue timbrado como diez veces. Empezaba la sospecha a
mostrar un rostro duro, indicio grave de la comprensible molestia de los padres
de Takaetsu Mori.
—Eres una bestia, qué
te has creído, faltarle el respeto a toda una señora como yo.
—No las escucho bien,
creo que hay interferencia, llamo más tarde —dijo conchudamente—.
Desde ese día Norka estuvo mucho más que
atenta, muy alerta, lo preocupante es que hoy Taka no ha bajado a desayunar, ni
almorzar, y por último la cena se terminaba de enfriar. Horas de horas metido
en su habitación como un príncipe engreído, hasta que Norka vencida ya por el
animado cosquilleo de un presentimiento, sacó el duplicado de llave, oculta en
el pequeño tejido de su sostén de color negro. La hizo girar con cuidado, abrió
despacito la puerta y cuando entraba, ya Takaetsu había apagado el
televisor.
—¿Qué haces?
—Nada, sólo conversaba
con una amiguita.
—¿Y?, ¿dónde está
ella?, ¿se evaporó?
Norka intrigada miró el televisor recién
apagado y aún con la antena caliente, él salió de su dormitorio sin decirle
nada, pero pensando cosas.
Adán de Maríass (seudónimo de Miguel Ángel Colán Ramos; Lima, 1960), cursó estudios de Magisterio en la
Universidad San Martín de Porres, y de
Literatura en La Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Empezó a escribir
sus primeras poesías en 1980, hasta que unos años más tarde publicó —gracias a una subvención editorial de la entidad CONCYTEC
(1989)— algunos
de los que aún conserva inéditos, en las antologías «Sol de Madrugada», y «Júbilo.
A lo
largo de los años, ha participado en varios medios digitales (blogs y revistas
online, sobre todo). Fruto de ello fue la doble publicación en formato e-book
en 2011, del poemario «Poemas de Blog», y del libro de cuentos «Zona VIP».
El
relato que nos trae, «La señora», es una réplica y resumen (a modo de calco
particular), un tanto fetichista y fantástico, de una pequeña parte de la narrativa japonesa
de los últimos años.
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