Un día, cualquiera, tendré el corazón viejo.
Uno egocéntrico borroso parpadeo
taciturno murciélago inofensivo que lanzará
ecos hasta el fondo de todas las gargantas
que encuentre a mi paso.
Ese día, cualquiera, podré esperar sin más
como esa postal que cayó del expositor.
y coleta de quinceañera.
Pulcra. Despreocupada. Habré crecido lo suficiente
para no tener ya que odiar nada
también a ésa
con los ojos bien abiertos y me dejas que lo haga
y no nos entendemos una palabra de lo que el otro
trata de expresar
de la etimología rala y merecida
red de puntos interconectados
y así no hay manera así ya todo se puede volver transparente
como el goce en bandeja que no importa
si sólo queda narrar sin tapujos más itinerarios
que incurrirán en direcciones evolutivas imprevisibles
cueste lo que cueste,
si sólo queda gritar a los cuatro vientos que el amor
es la pornografía extrema, que los placeres,
como nosotros,
Quería hablar de la fina línea
que media entre todo ese silencio que quiero expresar
y cualquier ruido.
El índice sobre los labios. Un precioso ejemplar
de hembra resabiada me imita en la pantalla.
Con los cascos y a oscuras repito el gesto,
me acerco al personaje y a la historia,
quiero comprobar quién imita a quién y hasta qué punto
me despreocupé de que alguien creyera
que me dedicaba a la escritura al sexo
a los desengaños como terapia.
Poemas: ©Roser Amills
Imágenes: ©Wikimedia Commons
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