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domingo, 15 de abril de 2012

Algunas prosas escogidas, XXXVII: Olga Casado


 

El escritor ideorrealista


El neologismo es un concepto de moda que algunos puristas no entienden. Sin embargo, la búsqueda de nuevas palabras a caballo entre dos o más realidades, se ha convertido para mí en una orientación primordial desde que los términos se me quedan todos «flojos» o a medias. La necesidad primigenia del hombre-mujer de ponerle a la «existencia/experiencia/idea» sus etiquetas, ha provisto un volumen ingente de conceptos, la mayoría parciales. A mí me lo parece. Al menos en esta realidad viva que nos abruma con su inestabilidad y transformación constante. Esto aplica más a la realidad sutil, no cabe duda.
La idea de fusionar los conceptos realismo e idealismo últimamente me trae de cabeza.  Vivimos en un mundo atroz que se sueña a sí mismo, o en un sueño que a veces desemboca de modo abrupto en esta realidad impensable... La mirada se desvía a uno y otro lado generando emociones que rebosan literatura fantástica unas veces, y otras arrancan verdaderos aullidos. ¿Qué es sino ideorrealismo esta visión dual, fusión de posibilidades y aterrizaje forzoso?
Por lo que a mí respecta, no puedo verme en ninguno de los bandos sin encontrarme automáticamente en el otro: El idealista es un realista que sabe de la realidad pero mira hacia las posibilidades y, en la medida de lo que puede, las crea y las pone en marcha, un realista que mira adelante en lugar de quedarse quieto. El idealista es un proactivo incorregible, un inconformista sin más.
El realista es otra cosa. Al realista le gusta contemplar la existencia tal cual es y dejarla como está. El realista se pierde las posibilidades, está aquejado de una ceguera para contemplar lo invisible y tomar conciencia de que la creación es cosa suya... El realista no se sabe mano de obra de lo posible.
Pero a veces el idealista también es realista, un realista forzoso, alguien cansado y temporalmente quieto, un idealista en-off. Como el gran olvidado de la poesía francesa, cuya vida os invito a leer en el vínculo adjunto a pie de artículo; el precursor de la vanguardia poética, rechazado por sus coetáneos (1861-1940), pero reivindicando más adelante por los jóvenes exponentes del Surrealismo, entre ellos un jovencísimo Apollinaire. Hablo de Saint-Paul-Roux, el «mago de Bretaña», iniciador no reconocido del cubismo, del futurismo y del surrealismo sucesivamente.
Saint-Paul-Roux, nacido Paul-Pierre Roux, fue un ideorrealista, tal como yo lo entiendo, a caballo entre la magia y la tragedia, un hombre-fusión de lo «real» y lo «ideado», como algo que es lo mismo pero diseccionado en dos, como sendas caras de una moneda que no es moneda sin cada una de sus dos caras... 
El de Saint-Paul-Roux fue un destino trágico para un hombre profundamente idealista, creativo y visionario. El hecho de que aún hoy no se haya reivindicado su figura, que continúe en la sombra, es prueba, dicen algunos, de la inmensa pobreza cultural de nuestros días... Yo me quedo sólo con una personalidad asombrosa de la que no había tenido noticia hasta hoy, y gracias a la búsqueda de neologismos...
Os dejo, para vuestro deleite, una traducción de su bellísimo poema titulado Tarde de ovejas, dedicado a Louise Denise:

Tarde de ovejas
La mancha de sangre desaparece en el horizonte de aquí.
La gota de sangre aparece en el horizonte de allá.
Hombre simple que se disipa en la flauta y cuya prudencia tiene la forma de un perro negro, el pastor desciende la adolescencia de la ladera.
Lo siguen sus ovejas, con dos pámpanos en lugar de orejas y dos racimos en lugar de ubres; lo siguen sus ovejas: viñas ambulantes.
Tan puro el rebaño que en esta tarde de estío parece que nevase infantilmente sobre la llanura.
Esas pequeñas cajas de vida pastaron allá arriba en las cazuelas y vuelven a bajar repletas.
Mis deseos también, estimulados por la flauta de la Esperanza y el perro de la Fe, subieron esta mañana por la colina del Misterio; y más arriba subieron que las ovejas de mi aldea, las ovejas de mi alma.
Pero la estrella perfumada, en medio de la llanura de jacintos, incendió los dientes ávidos que querían desabrochar su blusa fértil.
Es por eso que mi sutil rebaño, a la hora del ángelus, vuelve a entrar en mí mismo con los flancos desesperados.
Las ovejas están en el redil y el hombre simple se va a dormir en medio de su flauta y de su perro negro.


 
Olga Casado  vive en Madrid, trabaja como coach personal, se vale de un Máster universitario en Lingüística Aplicada al Discurso en Lengua Inglesa para enseñar y entrenar a todo aquél que desee mejorar su nivel de inglés «for business» y,  como algunas filólogas, compagina su trabajo de traductora y correctora de estilo con su vocación, la novela. Una particular pasión que, en su justo desarrollo, le da al escritor un futuro en el que pensar, mientras que al articulista le permite ampliar sus crónicas hacia guiones menos realistas y más escénicos. Si bien nos lo ha demostrado ya con su ensayo, depende de ésta probar ahora suerte con su sparring particular. Algo que, con la publicación de su primera novela, descubriremos en breve.




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