Tenía que pensar rápido, era mi motivo de vivir. Sabía que, si no lo hacía, estaría perdida. Y ante los llantos por penas y la agitada sombra de mi patidifusa personalidad intuía que, si no me compometía conmigo misma, no hallaría solución ni puerto en el que arribar... por mi corteza de miras y mis disgustos pasajeros. Ante todo, había que ser sensata y dejarse transigir por algunas estupideces que, raramente, consiguen sorprendernos todavía aunque sepamos que las necesitamos. Y ese pánico zigzagueante que me envolvía a menudo, no era un síntoma favorable para mezclarse con mis habituales propósitos. El colt del 86 tenía respuesta para otras cosas, salvo para ésta. ¡Qué lástima! Faltaban cinco segundos para las tres y diez, y el mercancías de Yuma estaba a punto de llegar a la maloliente estación. Ya no tenía tiempo para pensar. Mis sinsabores se iban a cumplir enseguida ya que, después de veinte años de correrías por la pradera, todo el peso de la ley estaba a punto de abalanzarse sobre mí.
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Relato:
©LITERATURA DEL MAÑANA
Imagen:
©Wikimedia commons
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