La nueva historieta del siglo XXI ha dejado de ser un vehículo de escape, para ejercitar una gran influencia en las nuevas generaciones del XXI, uniendo dos polos donde se cimentan las bases de nuestras sociedades modernas, localizando el ADN (o código de conducta) que las preserva y hace existir.
Poco tardó en convencerse el hombre y mujer de la segunda mitad del siglo XX, que, tras el epílogo de dos guerras mundiales y una tercera, aún por existir, los motivos de supervivencia que la era aeroespacial habían traído consigo, trocarían sus vidas para siempre. Una nueva categoría de iconos, mezcla de la fantasía (como resto del carácter romántico que siempre ha dominado al ser humano) y ficción de lo real (que nos légó el cine), no tardaron en manifestarse desde oriente a occidente (Japón y EEUU, principalmente) como un conato de resistencia a nuestros temores más atávicos y viscerales (el sexo, la muerte y la existencia) para resolver, desde un principio, esa difícil ecuación que ahogaba, irremediablemente, a la humanidad en una esencia baldía de lo que antes había sido.
Nuestros miedos, sin embargo, quedaron truncados al ver que tras el cambio de milenio, solo un efecto (muy localizado, llamado 2000) cambiaba, más bien poco, nuestra abúlica existencia descubriendo, al fin, que el cenit de todas las cosas no había llegado todavía.
Era hora de valerse de esa influencia, que, en los últimos veinte años había conseguido ejercer las distintas variantes (dependiendo de su origen y evocaciones) del superhéroe moderno.
Los nuevos soportes tecnológicos han creado una nueva filosofía de valorar nuestro mundo y calibrar nuestra existencia; una vertiente de pensamiento basada en el tempus fugit, pero sin verlo como un código devoto-existencial de la self-decadence del Hombre del XX, sino como un apartado que dibuja, claramente, el cambio de modelo vital de la sociedad post-atómica; una realidad que vemos manifestarse en uno de los nuevos géneros literarios creados en éste, nuestro futuro, que ya es pasado: el cómic.
Mientras que en Japón, el manga y el hentai se desarrollaban (desde los años 80) como un movimiento que ha unido, finalmente, a las nuevas razas humano-modernas (freaks y geeks), en Estados Unidos y Europa, los personajes de tebeos, BD y novela gráfica en general, han huído de los acomplejamientos de nuestra vida postmoderna para asirse en un género literario más donde los hubiese.
Pero fue con la introducción de los nuevos héroes del XXI (Watchmen, Transmetropolitan, Lobo...) y la revolución espacio-tiempo que suponen los nuevos cambios de ciclo habidos en nuestra actual sociedad cada 20 años (muestra clara son títulos como Los superhéroes y la filosofía, Editorial Blackie Books, 2010: www.blackiebooks.org/#BB12) descubrimos, que, lo que es nuevo se adapta a las nuevas generaciones como algo pasado con lo que debemos nutrirnos; donde el icono del gran héroe ha sido desmitificado, al fin, pasando de ser una figura pop a alguien simplemente humano que ha dejado de ser un semidiós para ser idolatrado como un demiürgo del pensamiento moderno, reuniendo en sus enclenques o anchas espaldas el carácter del ser humano de nuestros días.
Artículo:
©Ángel Brichs
Imagen:
©Wikimedia Commons
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