“Para vivir es necesario coraje. Tanto la semilla intacta como la que rompe su cáscara tienen las mismas propiedades. Sin embargo, sólo la que rompe su cáscara es capaz de lanzarse a la aventura de la vida.Esta aventura requiere una única osadía: descubrir que no se puede vivir a través de la experiencia de los otros, y estar dispuesto a entregarse. No se puede tener los ojos de uno, los oídos de otro, para saber de antemano lo que va a ocurrir; cada existencia es diferente de la otra.” Kahlil Gibrán, (1920)
Cuando nos levantamos por la mañana, no nos fijamos en quiénes somos ni dónde estamos. Tan solo nos damos cuenta que tenemos que vestirnos y desayunar deprisa por tal de no llegar tarde al trabajo. Nos importa un comino los problemas del mundo. No obstante, si nos preguntan por la calle a razón de los derechos humanos y de la situación del Hombre con el mundo, respondemos afectados. No nos damos cuenta de lo que hacemos, ni siquiera dónde vivimos. Sólo nos importamos a nosotros mismos. Y cuando ese vestigio de remota humanidad que poseemos recorre nuestro espinazo, sabemos en lo que nos hemos convertido. Pero no miramos hacia adentro, sino que expulsamos toda esa incoherencia de la que gozamos ser propietarios hacia el exterior, como si no nos perteneciera. Es luego cuando escritores como yo nos exigimos esa humanidad para intentar contar las cosas de una forma veraz y coloquial, para que la gente entienda que ese individualismo que nos amilana día a día nos lleva a dar la razón a aquel que no la tiene, y así continuar ejerciendo su poder para con toda esa gran masa social que vive fuera de los límites de nuestro mundo conocido. Una población que solo piensa en su bienestar, un consumismo excesivo y una ambición innata que le conduce a destruirlo todo, aún ignorando el significado y las consecuencias de ello; sin importarle las causas o el motivo en pos de ese objetivo final, que lo es todo.
Pero de entre las agitadas aguas que se debaten en medio de ese tempestuoso clima en el que habitamos, carente de pecado original, se alzan voces que aluden al cambio. Un cambio necesario de indagar en la situación de las cosas y buscar soluciones para ellas mismas. Es entonces cuando un pensamiento crítico se une a una línea política favorable, tan necesaria para lograr algún fin en democracia, ¿o no deberíamos llamarla así? Lo cierto es que hace treinta años, un país asiático, cuna de grandes civilizaciones y, en cierto modo, motor del mundo moderno, inició ese cambio tan trascendental. Pero para lograr esa nueva ruta muchos fueron los obstáculos con los que tuvo que luchar una población que poco a poco llegó a ser muy crítica con todos los sucesos de su país.
Como la mayoría de países del “nuevo creciente fértil”, Irán fue un país inventado por las potencias coloniales de principios de siglo XX que tenían derechos sobre dicho país; en su caso, Gran Bretaña. Antigua cuna de una de las primeras grandes civilizaciones, la Persa, este país inhóspito, provisto de un paisaje ingrato que linda con algunos de los países más inseguros del mundo de nuestros días (Iraq, Afganistán, Azerbaiján, Pakistán...), desemboca a un mar (El Caspio) y un océano (El Índico), uniendo dos mundos como si de un puente se tratara, cuyo punto de apoyo se identifica en uno de los pasos comerciales más importantes del mundo: el estrecho de Hormuz. País que inició un precedente, mucho antes de la aparición del cristianismo, al aceptar un doctrina teosófica única: el Mazdeísmo. Un país que, pese al duro clima que posee, con grandes olas de calor y fríos invernales, ha constituido un antes y un después en la vida sociopolítica de la Tierra. Y no sólo en el contexto político, ya que en campos tan distintos como la ciencia, la literatura, las matemáticas, eruditos y otros sabios impulsaron grandes avances científicos y legales, como el Código de Hammurabi (uno de los primeros textos legales de la historia) e inventos como la rueda y diversas técnicas de regadío.
Después de la islamización del país en el s. VII, tarea que fue especialmente ardua debido a la multitud de sectas y cultos religiosos antagónicos existentes que luchaban entre sí; poco a poco, el antiguo imperio persa selyúcida, heredero de los sassánidas, fue desarbolado por toda una serie de luchas intestinas y nómadas invasores venidos del Asia meridional, tales como los ázaros, tártaros, mongoles y mogoles. Aún así, Persia continuó conservando de diversas formas y colores una autonomía que, como forma de gobierno en sí misma fue ladeada por diferentes formas de aplicar la justicia para con sus ciudadanos, en la que siempre sobresalieron de sus estados vecinos -salvo excepciones como en el caso de la pequeña guerra contra Alamut y sus nizaríes- por su permisiva tolerancia e incipiente seudodemocracia. No obstante, no fue hasta bien llegado el s. XX, con la invención de una nueva nación nacida más por un interés económico que por un no menos manifiesto carácter nacionalista, si bien se respetaron la mayor parte de sus antiguos territorios históricos que por herencia les pertenecían; un nuevo poder oligárquico, fruto de la inestabilidad de la región se alzó en el año 1906. A la grupa de un regimiento de cosacos y con el beneplácito del gobierno de Londres, el futuro Sah Reza Khan se hizo con las riendas del gobierno, proclamando una independencia “de facto” mediante una Constitución y la creación de un Parlamento. De la misma forma que hiciera Ataturk en Turquía, el nuevo gobernante inició una auténtica revolución industrial y social, en la que se abogaba por un laicismo beligerante -como siempre había ocurrido en Persia- contra los Chiíes, o sea, el denominado islam de los desheredados. No obstante, pese a que el entonces imperio británico ya disponía de unos fuertes lazos comerciales con Irán, gracias a esa primerísima materia prima que comenzaba a ser tan imprescindible, el denominado Oro Negro; empresas como la Anglo Persian Oil Company fecundaron el vírgen país oriental de su bien más preciado, convirtiéndolo en el primer país extractor de petróleo del mundo. Pero el Reino Unido no se hubiera imaginado nunca la liberalización democrática que instigaría el Sah.
“El petróleo es una maldición para todos los países que lo descubren” François Nicoullaud, Embajador de Francia en Irán (2001-2005)
El Emperador Reza Khan había iniciado una política que tendría unas consecuencias demoledoras, tanto para su gente como para los nuevos cambios sociales que empezaban a afectar la forma de pensar de los ciudadanos de su país. En Agosto el año 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, el Sah Reza empezó a manifestar un interés hacia el Tercer Reich Alemán, hecho que pensaba que le daría la posibilidad de “independizarse” económicamente de su prócer británico. Teherán era un hervidero de espías alemanes. Todo estaba preparado para recibir a las tropas de la Wehrmacht, las cuales avanzaban irresolublemente por las laderas del Elbrus y se encontraban a unos pocos cientos de kilómetros de las refinerías iraníes. Pero, en lugar de las tropas germanas, fueron varias divisiones de los ejércitos soviético y británico, respectivamente, las que invadieron la frontera iraní. El emperador persa había llegado demasiado lejos. Forzado a abdicar en favor de su hijo, un nuevo Sah (el último de la dinastía Kardjak), se convertiría en el nuevo emperador de Persia. Instaurador de un gobierno liberal, como su padre, el nuevo gobernante se encontraría un país muy cambiado. Por un lado teníamos un incipiente nacionalismo de cariz religioso abanderado por el Ayatolá Kashani y de otra con un moderado, el doctor Mossadegh. Consecuencia directa de ello fue nombrar a Mossadegh primer ministro. El demócrata intentó nacionalizar las refinerías que los ingleses habían implantado a principios de siglo, afirmando con una “enmienda” que el Contrato de extracción culminado en el 1909 era un expolio económico sin precedentes. La respuesta británica no se hizo esperar y unas sanciones sin precedentes seguidas de un embargo económico boicotearon al joven país. En ese ambiente convulso, Pahlevi se refugia en Roma.
“Si Dios está de nuestra parte, nada podrá detenernos” Ayatolá Kashani
Mientras, Irán se halla en un estado de excepción, con continuas manifestaciones y un clímax político donde las posiciones Iglesia y Estado todavía no se hallaban cohesionadas, un nuevo árbitro entró en escena. En el 1953, tras un golpe de Estado perpetrado por la CIA, Mossadegh es expulsado del gobierno y el Sah regresa a Teherán. A partir de entonces, Pahlevi decide instaurar una dictadura férrea, elimina todos los partidos políticos y crea uno sólo “El partido de la Resurrección”, cercenando todo tipo de libertades colectivas e individuales.
No queriendo caer en el error de su padre, el Sah inicia una nueva línea política unidireccional basada en una modernización y desarrollo constante del país, cuya piedra capital sería la industria petrolífera. Asimismo, y con la crisis de la OPEP, el nuevo emperador de Irán que en 1967 se autoproclamó “Luz de los Arios”, invocando a Ciro en las mismas puertas de una desaparecida Persépolis, se alzó como referente de la Liga Árabe contra el petróleo barato que hasta ahora había nutrido a occidente. Había empezado a descubrir una nueva arma de choque que tenía más fuerza que cualquiera que el mundo hubiese conocido. De nuevo, el Sah se había equivocado, viéndose forzado a aceptar mano de obra y suministros del exterior en una continua debacle económica que causaba el despilfarro de miles de millones de dólares en un país que hacía gala de unas infraestructuras insuficientes. Fue luego cuando el joven Sah descubrió que el pueblo no le amaba tanto como él quería. Con lo que inició una nueva campaña, la denominada “revolución blanca”, en la que intentó incrementar sustancialmente la riqueza de sus conciudadanos. Pero eso no fue más que intentar curar a un paciente que sufre de escorbuto con una taza de leche. Las malas dotes como gobernante y el naciente despotismo que empezaba a reflejarse en él, dibujaban a la opinión pública a un monarca ingrato cuyos funcionarios se cuidaban de limpiar con esmero las arcas públicas para bien de sus regentes y no del pueblo que clamaba una libertad que no les pertenecía. De nuevo los vanos intentos de “maquillar” su política megalomaníaca, mal alimentada por las andanzas de su temida policía secreta, la “Savak”, cayeron de nuevo en un grave error, lejos de suavizar la situación.
Imagen: Portada del libro “El desafío mundial”. En él, el escritor y analista Jean Jacques Servan Schreiber, analizó ya en la década de los ochentas el nuevo organigrama político-económico a razón de la industria petrolífera y las consecuencias socio-políticas derivadas del Crack bursátil que supuso la Crisis incentivada por la Organización de los Países exportadores de petróleo (OPEP).
A mediados de los setentas, una nueva era política y social, con una insurgencia cada vez más manifiesta, liderada por las bajas clases sociales y arraigada a una aún mayor intolerancia política hacia sus dirigentes, empieza a destacar un nuevo líder, un hombre de mirada alicaída y aspecto inmutable: Ayatolá Jomeini. Con él desapareció esa idea de bipolaridad entre la Religión y la Política. Uno de los pilares básicos de un futuro estado teocrático habían sido trazados. No obstante, algo inaudito hasta la fecha surgía de la mente de uno de los fundadores del nuevo Irán. El imán de Qom no amaba a los Sunníes sino que incentivaba una doctrina ultra-ortodoxa como sujeto del cambio que el país necesitaba.
Después de manifestaciones como la que tuvo lugar en 1978, en la que perecieron gran número de civiles inocentes, el gobierno del Sah estaba tocado de muerte. Los estudiantes gritaban por las calles: “¡A las armas, a las armas! ¡No hay otra solución!”. La revolución islámica había empezado. Y esta vez, religiosos y políticos irían juntos de la mano. En un avión fletado desde Teherán hacia Suiza, huía con el rabo entre las piernas el último de los Sahs de Persia. Asimismo, en un breve periodo de tiempo, un hombre con una larga blanca venía del Sur de Francia a cogerle el relevo.
Como era lógico, la mayoría de países del mundo giraron la espalda al nuevo gobierno, el cual anunciaba un principio de libertad para el árabe de a pie, que hasta ahora había quedado relegado a un prototipo de insecto al que se le podía aplastar sin temor alguno. Eso había cambiado. Irán, un país en el que siempre se había interpretado un principio de pluralidad cultural e intelectual, había hecho una regresión hacia un concepto político nunca visto hasta la fecha. El prefijo que había hecho del país un estado culturalmente sano, se había transmutado en un organigrama feudatario de ideas religiosas que anunciaban una nueva estigmatización de las ideas. Un nuevo sistema dogmático, en el que la Ley se radicaba en la doctrina islámica o Sharia, y dejaba a los políticos fuera de combate, en segundo término. Alguien incluso ha manifestado que bien podría parecerse al concepto que tenía Enrique VIII de ver la política en su Inglaterra natal. Podría ser posible, mas no nos encontrábamos en el siglo XV sino a finales del XX, algo que sin lugar a dudas ha trascendido hasta día de hoy, cuando hace pocos meses de las últimas manifestaciones estudiantiles acontecidas en dicho país indoeuropeo. Un país en el que un 70% de su población yace por debajo de la temprana edad de 30 años. ¿Pueden ser algunos de esos cambios aparecidos últimamente junto con las actuales corrientes neoliberales surgidas en Irán el preámbulo de un cambio venidero? Es difícil decirlo, aunque cabe constatar que para luchar contra las injusticias, desgraciadamente, en este mundo se combate con “Irangates”, con golpes militares y movimientos pacíficos que, con cada vez más frecuencia son satanizados como “Ejes del Mal” por no seguir la corriente de la mayoría. ¿O deberíamos decir de un bando en particular? ¿Realmente ha aprendido algo la persona humana? Si bien podemos argumentar que hemos evolucionado hacia un modelo democrático superior que el que teníamos hace tan solo diez años, también hay que admitir que hemos avanzado muy poco en otras muchas cuestiones. Pero sí que hay algo que ha repercutido en el análisis de esa forma de hacer política, antes tan alejada de nuestras vidas: la opinión pública. Un sustrato social que, poco a poco, ha evolucionado paralelamente con formas de vida que habíamos mirado con independencia en nuestras vidas. Una de ellas es la política. A menudo nos preguntamos, y más aún a día de hoy con esta ingente Crisis Financiera mundial que nos atenaza, qué está bien o qué está mal. Escudriñamos nuestras “consumistas” mentes en factores tangenciales, dramáticos, buscando una teoría de la conspiración que no siempre existe. En el caso iraní, empero, no nos hemos equivocado. Pero con todo, lejos de hacer algo, ¿qué se hace?, no hacer nada. O sea, lo que hemos hecho siempre.
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Fuente para la reseña e imágenes:
LITERATURA DEL MAÑANA©
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