Pero, ¿por qué les cuento todo esto?-se preguntarán. Verán, yo siempre he creído que la literatura no le debe ni tiene nada que ver con el mundo de la historieta. Pero, si nos paramos a discurrir un poco sobre ese tema, veremos que existen algunas lagunas. Por la década de los años treinta, y como consecuencia de la supercolonización y el nacimiento de determinados movimientos político-sociales, y como si de un retroceso histórico al romanticismo se tratase, surgió un nuevo tipo de literatura que combinaba el género de aventuras con lo fantástico e incluso terrorífico. Autores como Burroughs, Lovecraft o el mismo Robert E. Howard, fueron un claro ejemplo de ello. Ahora bien, no fue hasta finales de los años setenta, como si de un reverso a una nueva moda retro se tratara, que no retrascendió otra vez el género de la fantasía heroica, acaudillada en todo lugar por el ya entonces desaparecido texano R. E. H.. Y gracias al caldo de cultivo que ejerció la industria cinematográfica y la del
Creánme, me costó mucho emprender la determinación que me hiciera tomar la fuerza de voluntad necesaria para escribir este artículo, pero dado que un doble aniversario no se ve todos los años, y menos de unos portentos editoriales como los citados, no me fue difícil dar vida a las notas disgregadas que tenía sobre mi escritorio. Y éste ha sido el fruto de ello. ¿Mi criterio al respecto? Si he de serles sinceros, no estoy en contra cuando los críticos no mencionan al cómic como un formato literario. Pero, cuando se reúnen en un mismo ámbito, o sea, una revista, fanzine, historieta, una mezcolanza de dibujo clásico y un guión más de relato que de teatro, y la unión de los dos aflora los sentimientos del lector-espectador, ¿no es acaso arte lo que se ha reproducido? Ciertamente no todas las historietas o novelas gráficas -como se las conoce más hoy en día- no están a esa altura, pero no es raro de ver en toda la historia del cómic-book internacional casos muy similares al de Roy y Barry en la serie de Conan, aunque no siempre unidos con el sustrato alegórico que representa el otrora ingente talento de su creador: Robert E. Howard.
©Ángel Brichs Papiol
©Ángel Brichs
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