Pocos días quedaban para que el N.S.D.A.P. ganara las elecciones y su funesto líder alcanzara el mayor poder que podía conseguir como ciudadano, ahora ya alemán. A expensas de ello, una de las más interesantes bibliotecas de Hamburgo fue trasladada a Londres. Entre los libros que ocultaba se encontraba un valioso volumen: el Atlas Mnemosyne.
La obra, que por algunos críticos actuales se prevé como la biblia del arte contemporáneo de nuestros días, resuelve muchas dudas que, hasta ahora, estos nuevos técnicos del arte y artistas de biblioteca, que acompañan a ese arte de laboratorio que se fabrica en nuestros días, soñaban encontrar. Un atlas cuyo máximo interés recae, precisamente, en una galería fotográfica de lujo, con numerosísimas notas al margen que lo distinguen de las obras de divulgación escritas en la misma época.
Si contamos que Warburg escribió ese fastuoso tratado durante la época de entreguerras (primer tercio del siglo XX), constituye una obra capital para ayudar a comprender mejor todas aquellas avantgardes, contemporáneas al autor, que precedieron y fueron causa mayor del mismo concepto que hoy conocemos como Arte moderno.
Una joya que se anuncia como un símbolo para todos esos artistas nuevos que saludan a las nuevas escenografías del arte experimental (el documental) y de ámbito social (el grafito), como líneas de fuga de este nuevo arte -más conceptual- que el posmodernismo pretende refundar.
La pregunta yace en si realmente dará soluciones y aportará algo nuevo y duradero a algo tan difuso e inmaterial, aunque suene antítesico, como es el mismo arte en particular. Otra duda razonable que nos acerca a esa coyuntura de la esencia cultural e insustancial que hace de cualquiera de los vestidos de Marylin una joya y de un Pisarro un objeto de consumo e inversión.
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©Ángel Brichs.
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