Me habían jodido bien.
Había terminado una conferencia y me hallaba a medio camino hacia mi casa.
No quise coger la moto y me acerqué a la estación del ferrocarril.
Hacía diez minutos que me estaba esperando para coger el tren cuando me di cuenta de que aquél chiste que me habían contado desde pequeño era del todo verdadero. Era ese de los Retrasos Especiales, Necesitamos Fuerzas, Empujen. La lectura malsana del poco deseado por muchos viajeros acrónimo RENFE.
Subí en el coche tres. Era el del medio. Siempre que utilizaba este tipo de transporte me daba por escoger algún vagón del medio. Así, si la cosa iba mal, todo no estaría perdido.
Mi parada era la cuarta desde donde había subido.
Me senté entre dos chicas. No estaban nada mal. Era Viernes. Mal día, ya sabéis.
Bueno, la verdad es que no se me acudió pensar demasiado en ello. Me encontraba cansado.
Había dormido poco la noche anterior y no había comido nada desde el almuerzo. Me encontraba bastante agotado y ahora sólo me interesaba apearme en la estación de destino e irme para casa.
Pero el artilugio no paraba y yo seguía sentado allí cual broma endiablada de algún geniecillo maldito que me había tirado los tejos.
Por fin vi que el tren se detenía. Bajé en la estación. "Demasiado grande para mi gusto"-pensé yo
¡Ya estamos! No era la mía.
Me cambié de vía para intentar pillar uno de regreso y me espero diez minutos. Nada. Doy media vuelta y me encuentro unos peones reparando la vía: "Vaya a hablar con el jefe de estación"
-¿Dónde está? -les pregunté
-Allí. Es la puerta blanca con luz. -respondieron secamente.
Me adelanté cruzando las vías por un puentecillo de madera.
Cuando me presenté al jefe de estación le pregunto si existe alguno de regreso. Y entonces le expliqué vagamente lo sucedido.
-No hay ninguno. El que ha bajado usted era el último.
¡Qué putada! ¡Me habían jodido bien!-pensé para mis adentros
Ahora solo me tocaba coger un taxi. Eso si encontraba alguno ya que cuando había recorrido un par de veces el pueblo me habían dado las doce de la noche.
La bruma se atenazaba a sendos lados de las calles y un frío glacial se me pegaba al cuello. No me había agenciado ropa de abrigo y las estaba pasando canutas.
Cogí el móvil y llamé: -Necesito un taxi para...en la calle...número....¡venga rápido!
Una voz entrecortada por el frío o la bebida me respondió: Valeeehg...
El impulso febril que me permitía mantenerme en pie no dejaba por menos de anular el tiriteo de mi cuerpo. No obstante, todo no eran infortunios.
Quedé en un lugar bastante transitado y allí pasaban todo tipo de chicas. Melenudas, pelo rizado, rubias, con abrigo, escotadas, todas sexys. Ninguna fea. Eso y mi friolera debía ser lo que mantenía sereno y despierto cual palo de escoba.
Se ve que el taxista se perdió. No era mi día.
Al final me recogió veinte minutos después de la llamada. Unos pocos más y me sacan con litera o me convierto en semáforo para el resto de mis días.
El taxista no tenía ni idea de orientarse. Se ve que había confundido una calle por otra. De pena.
Unos minutos más tarde llegábamos a mi casa. Baje del vehículo y me fui caminando unos metros más abajo.
Pasando por delante de los contenedores de basura vi una marca propia de los jabalíes que corretean de noche por algunas calles apartadas de mi urbanización.
Con poco ruido y mucho cabreo crucé la puerta de mi casa y me fui a cambiarme. Con algo más cómodo me adelanté hacia la cocina donde me comí las sobras de la comida que dejé hace dos días en la nevera mientras veía un cortometraje que echaban en LA2 en el que uno de los actores decía: "La vida pasa rapido, muchas cosas suceden, pero al final no somos nada y nada nos queda." Si bien algo que excedía de filosofía, hasta en esas horas de la madrugada, pero daba qué pensar.
Copyright:
Del relato:
Ángel Brichs©
De la imagen:
Abi Pap, 2009©
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