A Arantxa Vidal con cariño
Lo suyo era un sinvivir. Su nerviosismo, desazón e inquietud eran constantes desde que dos años antes hubiera tenido la nefasta idea de acudir a aquella feria de pueblo. Aún se preguntaba porqué lo había hecho y si podría algún día olvidarlo. Olvidarlo para volver a vivir; para volver a ser él mismo, el joven alegre y vivaz que había sido siempre antes del maldito día. Algo en el ambiente ya le dijo que ese día ocurriría algo desagradable, y tal vez por ese motivo no subió a ninguna de las atracciones. Era como si sintiera que algo malo iba a ocurrir y decidió no arriesgarse a tener un accidente. Esa fue la causa. Esa, y el magnetismo y extraño morbo que le ocasionó la pequeña tienda de tela ajada en la que había un minúsculo cartel que parecía tan viejo como la propia tienda, y como después pudo comprobar, tan viejo como edad aparentaba la mujer que descubrió en su interior.
Era una mujer delgada y arrugada, con dedos largos y huesudos, que aseguraba leer el destino. En sus manos sostenía una baraja de cartas desgastadas, y le dirigió una extraña mirada cuando él apartó la tela que hacía las veces de puerta.
―¿Quieres conocer tu destino?―le dijo con voz rota y pausada.
En realidad Jorge no sabía lo que quería, y si le hubieran preguntado en ese momento por qué había entrado allí, no hubiera sabido responder.
―Sí―se atrevió a contestar un tanto inseguro.
―Siéntate.
Jorge se sentó en la pequeña silla de madera que había frente a la vieja. Entre ambos, una también pequeña mesa donde ella depositaba las cartas los separaba. Después de aquello no pudo recordar el tiempo que permaneció allí, ni recordaba haberle pagado a la mujer por sus servicios―juraría que no le pidió nada―, pero lo que sí que recordaba era la expresión de miedo que vio en la vieja cuando depositó una de las cartas sobre la mesa. Y lo que tampoco podría olvidar fueron sus palabras: "Debo decirte que pronto vas a tener un grave accidente del cual no podrás salir con vida". Jorge al principio no quiso creerlo, pero el tono de voz y la expresión de la pitonisa lograron convencerlo.
―¿Qué puedo hacer?―le preguntó con voz temblorosa.
―Hazle caso a tus sueños.
Al principio no supo lo que quería decir la vieja, pero desde ese mismo momento vivió con miedo. Miedo a lo que le pudiera pasar. ¿A qué accidente se estaría refiriendo? Unos meses después creyó saberlo, porque al despertar recordó la extraña frase: "Hazle caso a tus sueños". Esa noche había soñado que un encapuchado le disparaba a quemarropa para robarle las joyas. Él trabajaba en una joyería desde hacía cinco años y nunca los habían atracado. Aun así, las palabras de la mujer retumbaban en su cabeza y decidió llamar a su jefe para decirle que se encontraba mal y que ese día no iría a trabajar. Se quedó en casa, con las cortinas corridas y las luces apagadas. Tenía miedo de todo, y durante toda la mañana permaneció sentado sin hacer nada en absoluto. Al día siguiente se enteró de que habían atracado la joyería en la que trabajaba y la esposa de su jefe había resultado muerta de un disparo.
Por una parte se sintió aliviado por no haber ido a trabajar ese día, y por otro lado se sintió culpable por ello. Culpable por no haber advertido a su jefe de que podrían atracarles ese día. ¿Pero lo hubieran creído? Sin duda no lo hubieran hecho y lo habrían tratado de loco o desquiciado. En su interior agradeció a la pitonisa su consejo, pero lo sucedido no le devolvió la tranquilidad, sino más bien todo lo contrario. ¿Estaría a salvo a partir de ahora? ¿Habría pasado el peligro?-se preguntaba continuamente.
Claro que hay personas que parecen haber nacido con mala estrella y todo da la sensación de que está en contra de ellas. Algunas de estas personas pueden cambiar su sino modificando su forma de ver las cosas, siendo menos negativas y creando de este modo una energía más positiva a su alrededor. Después de todo, el universo entero está basado en la energía, y nosotros somos parte del universo; parte de esa energía que nos rodea y de la que estamos compuestos. Pero son muchas las personas que son incapaces de manipular por sí mismas la configuración de esa energía, y todo acaba siendo negativo a su alrededor, sin que aparentemente sean capaces de modificar ese destino fatal que se vislumbra en el horizonte de sus vidas.
Mara era una de esas personas que se dice que han nacido de culo. Hija de padre alcohólico y de madre siempre tan borracha o más que el padre, no se podía decir de ella que hubiese tenido una infancia feliz. Ni siquiera sería correcto decir que había tenido infancia de ningún tipo. Las circunstancias la habían hecho madurar mucho más rápidamente que otros niños de su edad. Cuando los demás dedicaban su tiempo a jugar, ella tenía bastante con buscarse la vida por su cuenta. Sus padres se pasaban semanas enteras en medio de una total embriaguez y ella tenía que encargarse de sus dos hermanos menores. Mirándolo retrospectivamente, resultaba increíble que hubieran sobrevivido, teniendo en cuenta además, que en los breves periodos en que el sopor no dominaba a su padre, el mayor pasatiempo de éste era apalear a sus hijos. Y apalear en el sentido literal del término, dado que era precisamente un palo lo que utilizaba.
En una ocasión ―recordaba Mara―, un mal golpe dejó ciego de un ojo al más pequeño. En el hospital tuvieron que decir que se había caído, porque el miedo de hacer enfadar a su padre era como una espada de Damocles que colgaba siempre encima de sus cabezas. Era muy triste vivir odiando a sus padres y malviviendo con lo poco que sacaba pidiendo en las esquinas, pero nunca había tenido el valor suficiente como para abandonarlos. Tenía miedo de las consecuencias que eso le hubiera podido reportar si su padre los encontraba. Tal vez si se hubiera atrevido a irse sola, todo hubiese sido más fácil, pero se sentía responsable de sus dos hermanos chicos, y si alguna vez hubiera reunido el valor de irse de casa, lo hubiera hecho con ellos. De eso no tenía ninguna duda.
En ocasiones se echaba a ella misma la culpa de algunas de las borracheras de sus padres, dado que al fin y al cabo se las podían permitir por el dinero que ella conseguía. Recordaba que de muy pequeña su padre recogía cartón y robaba cobre aun a riesgo de su vida porque en más de una vez había cortado cables eléctricos. Sólo en una ocasión tuvo un percance serio que le dejó inútil el dedo meñique de la mano izquierda. Tieso y tiznado, su padre bromeaba a veces ―las pocas en que estaba de humor―, diciendo que todavía le servía para hurgarse la nariz.
Pero ya poco después de aquello, su padre se convirtió en un auténtico alérgico al trabajo, y rara era la ocasión en que "hacían la calle" él y su esposa para recoger el escaso tesoro que suponían las cajas de cartón abandonadas. Y ya desde entonces y durante mucho tiempo, fue ella prácticamente la única fuente de ingresos de la familia. Recordaba con lágrimas en los ojos lo que tuvo que hacer con su cuerpo de niña primero y de adolescente después, dejándose sobar por manos sudorosas y alientos fétidos. Era la única manera de conseguir lo bastante ―que era poco― para sobrevivir. No bastaba con estar en la esquina sosteniendo un vaso de hojalata y esperar que alguien se animara a hacerlo tintinear. Pronto se dio cuenta de que la única forma de conseguir algo más era usando su cuerpo. Al principio lo hizo con miedo y asco. Con el tiempo el miedo desapareció y la repugnancia permaneció. Pero podía soportarlo y así lo hizo durante años, hasta que su príncipe azul la rescató de aquel infierno.
Pero su inexperiencia en juzgar a la gente le impidió ver que no se trataba de un príncipe azul, sino más bien de un príncipe negro. Un auténtico príncipe de las tinieblas, malvado y desconsiderado que solo buscaba un buen cuerpo que poder usar y abofetear a discreción. Esa había sido su historia. Su corta y a la vez larguísima historia, porque a pesar de su juventud, ya había vivido mucho. Demasiado quizás.
Demasiado. Eso era lo que pensaba muchas veces, que ya había vivido demasiado. ¿Y qué hay que hacer cuando uno cree que ya ha vivido más de la cuenta? La conclusión siempre acaba siendo la misma: El suicidio.
Un par de años antes ya lo había intentado cortándose las venas. Como no disponían de bañera en casa, había llenado el barreño que utilizaba para lavar la ropa, de agua caliente, casi hirviendo. Había leído en algún libro de romanos que así no dolía. Muchos se habían quitado de ese modo la vida en aquélla época. Y después también. Al principio le había dado una cierta aprensión el hecho de rajarse las venas a la altura de las muñecas, pero una vez se cortó las de la mano derecha, las de la izquierda ya no le costaron tanto. El barreño de tiñó de un rojo púrpura inmediatamente, y sus ojos se nublaron. Se sintió flotar y vio una extraña y brillante luz blanco azulada. Por primera vez en su vida creyó ser feliz. Pero la felicidad le duró muy poco. El imbécil de su marido volvió demasiado pronto a casa, y aunque estaba borracho como una cuba, pronto comprendió lo que ella había hecho y tuvo la suficiente sangre fría como para atarle las muñecas con unos mugrientos paños de cocina y llevarla al hospital.
En el hospital se mostraron excesivamente eficaces y consiguieron hacerla volver de la brillante luz que tanto la había tranquilizado.
Esta vez no fue su marido, sino los vecinos quienes se dieron cuenta de lo sucedido debido al fuerte olor que salía de la vivienda. Alguien aporreó la puerta hasta que se abrió sin demasiados problemas. Una vez más llegó al hospital a tiempo de que se recuperara. Eso le valió además un par de palizas extras al volver a casa.
Un tercer y último intento hasta la fecha para quitarse la vida había sido la ingestión de un montón de barbitúricos que había encontrado removiendo el contenido de las basuras. Algún desaprensivo había hecho limpieza del botiquín y lo había bajado con el resto de los desperdicios. Ante la duda de lo que podría servirle y lo que no, acabó ingiriendo una mezcla un tanto extraña de calmantes, somníferos, antibióticos, e incluso alguna aspirina caducada. También en esta tercera ocasión acabó en el hospital llevada por su marido. Le hicieron un lavado de estómago y su marido se encargó de la rehabilitación posterior a base de golpes de todo tipo.
Cada vez estaba más harta de todo y se sentía, además, torpe e inútil por no haber sido ni siquiera capaz de quitarse la vida por sí misma. Nunca hubiera pensado que pudiera resultar tan complicado.
Vivían en un quinto piso en un estado lamentable, de donde ya les habían comunicado que iban a sacarlos se pusieran como se pusieran porque la finca no cumplía con los requisitos mínimos de seguridad y salubridad. Pero su marido se empeñaba en seguir arreglando cosas a pesar de todo. Esa mañana había empezado con la barandilla del balcón. Había arrancado la anterior que estaba totalmente oxidada y se caía a pedazos, y estaba colocando otra más pequeña que no alcanzaba a cubrir la totalidad del hueco dejado por la antigua baranda. Pero eso parecía no importarle demasiado; posiblemente tuviera previsto traer algún otro pedazo y atarlo con hilo de alambre.
Esa mañana había salido al balcón junto con su marido porque éste se había empeñado en que sostuviera la barandilla mientras él la ataba chapuceramente. No pudo evitar pensar en lo que ocurriría si se dejaba caer desde esa altura. Todo acabaría rápidamente y en esta ocasión nada podría salvarla. Cuando la recogieran estaría destrozada y por mucho que se apresuraran en llevarla al hospital, llegarían tarde.
―¿En qué estas pensando si puede saberse?―mientras le hacía la pregunta se giró y miró hacia abajo.
Fue en ese preciso instante cuando algo en la cabeza de Mara hizo que se decidiera. Esta vez no iba a fallar.
...y empujó a su marido.
Llegó rápido al suelo con un sonido como de sandía, y quedó totalmente quieto. Unos segundos después una enorme mancha de sangre se extendía alrededor del cuerpo. "Después de todo, el suicidio no es tan malo"―pensó Mara.
4 comentarios:
Excelentes relatos.
Muy buenas narraciones.
Gracias por compartirlas.
Magníficos relatos.
Es un gusto leer a los escritores presentados.
Un saludo cordial.
Hasta pronto.
Un placer leer tan excelentes relatos.
Gracias.
Saludos.
Excelentes cuentos. gracias por brindarnos estos extraordinarios textos.
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