¿Qué lecturas os seducen más?

lunes, 14 de junio de 2010

El sastre sin botas (relato)




"Se trataba de quitar hierro al asunto. Silvia no debía enterarse. Ante todo, éso era lo más importante. No tenía que sospechar".



Cuando te encuentras en horas bajas, cualquier cosa se te hace cuesta arriba. Intentas levantarte pero yaces en la catarsis más profunda.
Quieres sobreponerte, pero toda voluntad queda sometida por un sopor que todo lo embriaga. Luego, eres incapaz de despertarte; una niebla blanquecina, empieza a nublarte los ojos y de pronto, te hallas sojuzgado en los dominios de la involuntariedad; te has convertido en un sobao pasiego y te encuentras más dormido que una alpargata.
Si en otros tiempos habías alumbrado a otros con tus palabras, ahora, aun guardando poco tiempo desde esa época, una sombra mortecina se abate sobre ti, hallándote -inexplicablemente- perdido, ¡en tu propio mundo!
Te has convertido en un extraño, no sabes nada, no quieres saberlo. Un sentimiento de culpa te invade, y tú, hervido en tu fatalismo, accedes a todo, dando la mano al infortunio, e instalándote en sus abyectas fauces, siendo para ti una dicha el ser devorado por esa bestia, antes maldita, y a la que ahora te ves ligado a ella en todo momento, gustoso de ser engullido por el pesimismo y la desidia, ahora tus más grandes facultades, que te llevarían a alcanzar tu destrucción, por tu mal comportamiento, y sumirte en enormes tormentos para acicalarte, finalmente, en tu desgracia; a aniquilarte como persona, perdiendo tu carácter, para convertirte en un objeto, malcriado, zombiesco, un éter desastrado y para tu particular perdición, vivo.


El pene había estado madurando toda la noche en la intemperie, entre la cama deshecha y una sábana maloliente, los restos de cuantas mujeres y hombres se habían revolcado por ella. Hacía una semana que había pedido la excedencia en el trabajo. Su motivo: baja por enfermedad. O deberíamos decir por enfermedad de los bajos. Muchos, en la oficina, así lo creían, pero no era éso. Era algo mucho peor. Había perdido la confianza consigo mismo, algo por lo que ninguna mujer lo querría jamás. Estaba hecho un tormento, los huesos le crepitaban y había adelgazado veinte kilos. Era el fin. No sabía el por qué ni el cómo, pero en estas últimas semanas había experimentado negativamente con su vida. Era otro y él mismo no se reconocía. Estaba alienado, roto. A veces, incluso parecía contemplarse a sí mismo, gravitando por el techo de la habitación, como una alondra, buscando el nido en el que postrarse. Un nido que no encontraba, al serle desconocido todo aquéllo que veía allí abajo.
Cuando llegaba a ese término, solía volver en sí, aunque sólo para recaer, de nuevo, en la misma suerte de antes, por honor a la burla.
De pronto, suena el timbre. Desde el videoportero comprueba que es Silvia, su buena, y cornuda esposa. Para mantener el tipo, improvisa un poco, a fin de que la mujer creyese que era él mismo. Al observar por la ranura de la puerta, que había dejado entreabierta el propio marido, y ver el desastre en la que se encontraba la casa, no dudó un instante: se la había vuelto a pegar.
Se trataba de quitar hierro al asunto. Silvia no debía enterarse. Ante todo, éso era lo más importante. No tenía que sospechar. Claro está, lo del hierro era una broma. Pronto su cabeza guardaría más del que pudiese almacenar.
Silvia no volvería. De pasada, se metería en otras camas. Por fin había comprendido. Su ex la había enseñado a vivir.


Copyright:


Del relato:
Ángel Brichs©


Imagen:
Abi Pap, 2010©


Publicado en este blog bajo el consentimiento del autor:
www.literaturadart.blogspot.com





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