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domingo, 14 de febrero de 2010

Más allá de las pútridas aguas (relato)



Cuando hablamos del Mar Negro, nos viene a la cabeza una somera imagen, abstracta, de una inmensa laguna más negra que el pozo más hondo de la Tierra. Luego pensamos de dónde proviene semejante negrura, momento en el cual asociamos dos nombres: Odessa y petróleo. No obstante, si ustedes hubieran estado alguna vez en la otra orilla de ese mar “mutilado”, sabrían la verdad.
Hace cuatro años, me encontraba paseando por el Boulevard cercano al Hotel Bulgaria, centro de una de las ciudades más pobladas de esta parte del Mar Negro. Eran las ocho de la mañana. Después de comprar en un kiosco ambulante el Avo Byprac, decidí adentrarme en esa inhóspita ciudad, donde las gaviotas nunca cesaban de graznar. Después de hacerme toda la calle Jan Krum, me situé delante de la avenida principal que hace a su manera de puerta de entrada a la populosa urbe. Ante mí, una gran estación con rótulos de neón con letras cirílicas. Dentro de ella, revisores y oficialas de ferrocarril que no saben ni gota de inglés.
Ante tamaña vicisitud, sólo me quedó una opción: largarme de allí.
Una vez fuera, investigué unas barracas que cubrían la parte trasera de la estación. Eran, o mejor dicho, habían sido oficinas sindicales. Pero, ¿de qué sindicatos? Nadie sabía nada. Entonces, un conglomerado de gente pasó ante mí en dirección a la única que se hallaba abierta, en lo que, a simple vista, parecía un gran puerto comercial. Mi curiosidad se adueñó de mí, y durante quince minutos me dediqué a investigar dónde podría estar la entrada a los muelles. Un súbito interés en ver barcos me sumió la cabeza. Pocos minutos después, una niebla caliginosa lo inundó todo. No se veía a diez pasos, hasta que me di de bruces con un puesto de guardia. Dos scouts de la armada búlgara, con charreteras doradas y elegantemente vestidos de blanco, me apuntaron con sendos kalashnikov. No podía ir más allá. Fue entonces cuando comprendí lo incomprensible. Un no siempre lo es. Pero cuando se trata de algo que no entiendes, sus efectos suelen ser más contundentes. Fue, entonces, cuando supe que -del mismo modo que el título de la novela de Ionescu- hay lugares donde el agua siempre duerme. Aunque, a veces, las pesadillas etéreas no dejan conciliar tu sueño. Éste era uno de ellos.





Copyright:
.
Del relato:
Ángel Brichs©
escritor

De la imagen:
Abi Pap, 2010©


Publicado en este blog bajo el consentimiento del autor:




2 comentarios:

Soledad Arrieta dijo...

Muy buen relato y muy original la idea. El ponerle un misterio a algo sabido y generar una situación en torno a eso (situación perfectamente descipta) quedó excelente.
Habría que ver qué podría sospecharse del rojo...

Araceli Otamendi dijo...

Muy bueno el relato, me gustó, Ángel Brichs.
saludos cordiales desde Buenos Aires.

Araceli Otamendi

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