A día de hoy, entre nuestros muchos seguidores, tenemos el gusto de contar con lectores de más de cuarenta países de todo el mundo, éso sí, del nuestro y no de otros. Sí, no les estamos tomando el pelo ni gastándoles una broma de mal gusto, ni estamos poseídos por los síntomas que pudieran afectar a los fans de H.G. Wells o Isaac Asimov; y aunque en esta página -con frecuencia- hemos apostillado acerca de la novela de corte fantástico, e incluso publicado algún relato de algún autor que escribe en esa dirección, no nos hemos influenciado en estas experiencias para ahondar en el pretexto para escribir este artículo. No, en contra de todo ello, tenemos que expresarles nuestra estupefacción ante un hecho tan curioso como inexplicable.
'Eran las tres y media de la tarde y, al llegar a nuestras oficinas, como es de proceder, encendimos los tres ordenadores en serie que nos sirven para llevar a cabo los trabajos de edición y mantenimiento de páginas como LDM descubriendo, al seleccionarla en el buscador y tras abrirla, una imagen un tanto extraña'.
Teníamos una misteriosa visita que nos llegaba de una dimensión desconocida para nosotros. Bueno, lo cierto es que no sabíamos si el sujeto o sujetos -ya fueren machos o hembras-, al que se señalaba en el 'counter' como 'indefinido', pertenecía a algún organismo gubernamental que recababa información; lo cierto es que sabíamos algo: ya contábamos con visitantes de otros mundos, y eso nos llenaba de satisfacción. Sabíamos que habíamos colmado nuestras expectativas, consiguiendo ser del agrado, no sólo en otras latitudes sino en los mismos espacios.
¿O era Pedro Duque, desde la estación MIR, que se estaba conectando?
Sólo uno lo sabe.
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