‘Pocas películas me habían impactado tanto desde que vi Blow Up por primera vez. Son films que te llegan, pero que se quedan allí, en tu mente; y una vez los has visto, te hacen pensar en aspectos en los que jamás habrías recaído, de no ser de haberte dejado instalar –por algunos minutos– en los entresijos del inconsciente’.
Ángel Brichs
Escritor y crítico de arte
Ante nosotros tenemos una joya del cine experimental europeo de los setentas. A medio camino entre el cine underground y el de suspense, mal calificado, a veces, en géneros como el de terror, ‘La rose de fer’ (1973), representa uno de esos descubrimientos que vieron la luz en una época ‘especial’ para un tipo de cine que, ya sea por sus desavenencias con lo comercial o por su extravagancia en el estilo, o guión, se ha conocido, desde siempre, como ‘cine de autor’.
En el caso en el que nos encontramos, el director del largometraje, el francés Jean Rollin pone el dedo en la llaga del séptimo arte, rellenándola con un argumento nada convencional, donde una pareja de ‘enamorados’ abren y cierran las puertas de la vida y de la muerte con la misma puntería que lo hiciese, en otros tiempos, uno de los maestros del simbolismo: el poeta Tristan Corbiere. En ‘Les amours jaunes’, poemario que vio la luz en 1873 –curiosamente 100 años antes del estreno de esta película–, Corbiere reflejó un lirismo muy descriptivo, recurriendo –con frecuencia– a la atracción que el poeta manifestaba hacia el océano, la tierra y las gentes de Bretaña.
Del mismo modo que ejercía Corbiere, Rollin ‘reivindica’, subrepticiamente, con su tendencia al sarcasmo, la utilización de figuras ‘improcedentes’ –el vampiro, el jorobado o el payaso–, más parecidas a arquetipos ‘humanos’ que a personajes de ultratumba, ese reconocimiento actual que, ya hacía más de setenta años, Paul Verlaine le había dedicado al galo.
‘No hay mayor reivindicación de una idea que recreando otra. Es así, pues, como Rollin nos demostró que tras unos primeros planos de infarto, rodados con muchos sudores y poco presupuesto, y un buen ‘guión de fondo’, era posible, al margen de un enorme hilillo de diálogos, recrear escenas que pueden conducirnos muy bien a los más oscuros pensamientos del ser humano, los cuales, Rollin, como en un sueño ‘consciente’, nos los descubre. Podría decirse que por ello, el francés haya inventado un género nuevo, que no tiene nada que ver con el underground, y que podríamos catalogar de ‘suspense sicológico’ ‘.
Como nos recordara en su diario ‘Pequeño viaje por el Po’ Cesare Zavattini, uno de los creadores del neorrealismo italiano, ideario que tomó prestado Fellini para sus películas, decidía proponer sus propios ‘eclécticos y a la vez impersonales guiones’, utilizando su máxima de ‘escapar del argumento’ muy a menudo. De algún modo, los simbolistas, acuñaban ciertas ingerencias que le habían legado los prerrafaelistas, donde la mezcla entre lo bello y lo feo nunca quería significar la unión de conceptos opuestos; en el caso del film de Rollin, preceptos que podemos ver reflejados en la señora que va a traer flores a la lápida ¿de su esposo?, apareciendo dos veces durante la película, la última al lado de la tumba donde yacen, entrelazados, los dos actores principales. Apariciones que se atribuyen como una alegoría de la vida y la muerte, las cuales se concluyen en la apertura y cierre –para siempre– de la cripta en la que yacerán los dos protagonistas. Esa exaltación por lo fantástico y lo real entona un cántico en el que la realidad y la ilusión se funden en un mismo plano, descubriéndonos el director que los mitos y leyendas que corren paralelos al lado de lugares sagrados tales como cementerios, cruces, iglesias, etcétera, forman más parte de un imaginario colectivo que de un concepto claro y tangible, con lo que, a sabiendas, Rollin intentará llegar más allá, desmitificándolos, para demostrar al público que la suma de tres ies: improvisación, imprevisibilidad e imaginación, pueden dar, en cine, un resultado mejor de lo esperado. Una película de género –como la llamarán algunos– o digna sucesora de otras tantas como ‘The flesh and the devil’ (1959), ‘Yo anduve con un zombie’ (1943) o ‘La parada de los monstruos’ (1932) -como creerán otros-, pero que fuera de todo ello, exhibe los temores pueriles a los que puede verse condicionado el Ser humano. Hábitos mortales para cuerpos autosugestivos que, siendo hombres ‘pueden creerse dioses’; como podemos apreciar en la frase de la protagonista de la historia, la chica, que al cerrar la puerta de la cripta, en un profundo estado de catarsis , alegoría de un estado ‘consciente de la muerte’, ve la muerte como el final del camino, pero no de la vida: ‘¡Vosotros muertos, nosotros vivos!’.
La muerte, idealizada aquí como la ‘pureza absoluta’, representa un amor eterno a la vida, cosa que, antagónicamente, es encarnada por el chico (el cual simboliza el pánico o el miedo a lo desconocido= ignorancia de los mortales) y la chica (la cual, como una sonámbula, idealiza el encanto de la muerte como una nigromante= la sabiduría de los muertos). Y en medio de ellos, nosotros, los espectadores que, impávidos, presenciamos escena tras escena, entendiendo un poco más, si cabe, de esa conciencia humana que tantas veces nos ha sido ocultada, descubriendo hasta dónde puede llegar la misma mente humana. Una mentalidad que puede llevar a hacernos dudar de todo, incluso de nuestra propia existencia, eso sí, en un plano onírico, claro.
El apunte:
Película: ‘La rosa de hierro’
‘La rose de fer’ (en la versión francesa).
Duración: 77 minutos.
Año de producción: .
1973 (COLOR).
Idioma/s:
Versiones francesa y española.
Director: Jean Rollin
SINOPSIS___________[Una pareja de enamorados se conoce en una fiesta y se citan en una estación de tren para dar un paseo en bicicleta. Tras mucho dar vueltas, presos de su impulso libidinoso, deciden parapetarse en un cementerio, para acabar haciendo el amor en una cripta llena de cadáveres.]___________
Copyright:
Imágenes:
Eurocine films©
Del artículo:
LITERATURA EL MAÑANA©
Con la ayuda de:
Ángel Brichs
Escritor
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