Dicen que Japón y España son los países más ruidosos del mundo, pero en esta noche de plenilunio, ni el maestro zen ni yo tenemos el menor interés en representar tan dudoso honor. Sólo el chorro de té hirviendo que ahora vierte sobre mi taza delata nuestra presencia en este minúsculo jardín. Ya le he explicado en repetidas ocasiones que si tomo excitantes a estas horas, luego me resulta imposible conciliar el sueño. Pero hoy tampoco ha servido de nada. Según él, la noche no es para dormir: es para meditar. Y entregarse al sueño es una forma de entregarse a la muerte, pero sin la lucidez que supone estar muerto.
-Si te enseño mi nuevo hogar, ¿prometes que no escribirás sobre él?
-Le doy mi palabra.
-¿Tu palabra, de qué?.
-Mi palabra de honor.
-Tú eres occidental y tu concepto del honor es distinto al mío. Dime, en las últimas generaciones de tu familia, ¿cuántos han muerto, o matado, por defender su honor?
-Ninguno.
-Me lo temía. En tus escritos se ve que no eres hombre de acción. Tú defiendes el amor con tu pluma y yo defiendo el honor con mi... Ven, te mostraré una cosa.
Entro por primera vez en este establo que ha convertido en su hogar y veo que no hay electricidad, ni gas, ni agua corriente. Lo más moderno que hay aquí dentro, me explica, es una katana que descansa sobre un altar iluminado por dos velas.
-Esta espada lleva defendiendo el honor de mi familia mucho antes de que Tokugawa Yoshinobu fuese declarado el último shogun. Su hoja tiene más de doscientos años y sigue brillando como la sonrisa de un tiburón. Ahora lo vas a comprobar. -Lentamente desenvaina su espada y el roce de la hoja emite un sonido parecido al silbido de una serpiente-. -Tú no lo sabes, pero las espadas tienen alma. Por eso sólo merecen llevarlas quienes son capaces de matar sin odio y morir sin miedo. Si te la mostrara un occidental, enseguida presumiría de su valor en el mercado. Para un descendiente de samuráis, este arma no tiene precio.
Tras hacer una pequeña reverencia, la coloca de nuevo sobre una peana cubierta por una tela negra de terciopelo y la sombra de las velas la hacen aún más misteriosa, si cabe.
-¿Cómo estás de energía? -me pregunta, invitándome a que ocupe el zafu que hay frente al altar. -Y antes de que responda, toma con delicadeza el incensiario y lo pone frente a mí-. -Nada como el humo perfumado muestra con tanta claridad el fenómeno de la impermanencia. Ahora, observa mi mano.
Pasa su dedo índice alrededor de la barrita que está a punto de consumirse y los hilos de ceniza se elevan suavemente, como si tuvieran vida propia. Siguiendo los movimientos que él marca, se contonean con la sensualidad de una geisha. Y cuando él retira su dedo, vuelven a mezclarse con el resto de la ceniza.
-Ahora, prueba tú.
Intento hacer lo mismo, pero cuando paso mi dedo por encima, lo único que les hace moverse es la cercanía de mi respiración.
-¿Te das cuenta?. La única energía que os preocupa a los occidentales es la que hace funcionar vuestros electrodomésticos. Estáis rodeados de coches, de trenes, de aviones, de teléfonos móviles, de antenas de televisión... Pero os olvidáis de la antena más importante de todas: la antena espiritual. Antes te he dicho que a la luna llena no hay que mirarla: hay que escucharla. Pero tú no puedes escuchar la melodía de su luz porque te falta energía. ¿Crees que hablo en broma?. Déjame tu dedo.
Sin darme opción a elegir, toma despacio mi dedo y lo dirige otra vez a los filamentos de ceniza. Y esta vez, sí, comienzan a bailar a mi alrededor. Sin soltármelo, lo va alejando poco a poco del incensiario y compruebo, asombrado, como se deslizan en su búsqueda.
-Lo que tú llamas magia en el amor, yo lo llamo energía de la meditación. A ver, Romeo: ¿cuántas veces has jurado amor eterno a una mujer?. No me lo digas. ¿Muchas, verdad?. ¿Y cómo te atreves a jurar amor eterno, si no tienes ni idea de lo que es la eternidad?. Para saberlo, necesitarías una práctica espiritual de la que ahora careces. Si quieres devolver la vida a la ceniza -me suelta el dedo de golpe-, deberías enamorarte menos y meditar más. Ya te lo he dicho muchas veces: meditar es mirarse en el espejo con los ojos cerrados. Pero eso no supone dejar de tener pensamientos. Cuando meditas, tú eliges los pensamientos. Cuando no meditas, los pensamientos te eligen a ti. Por eso hay tanta gente que no aguanta más de un minuto esta experiencia. Cuando cierran los ojos se dan cuenta de que no pueden controlar ni uno solo de sus pensamientos. Dicen que sus pensamientos les distraen, pero la verdad es que les arrastran. Sus pensamientos les obligan a recordar, a participar, a desear, a juzgar. Y la evidencia de que no tienen ningún poder sobre ellos les obliga a despreciar el poder y las ventajas de la meditación. No saben que quien descuida sus pensamientos no puede controlar sus palabras. Que quien no controla sus palabras no puede controlar sus actos. Y quien no controla sus actos no puede decidir su destino. Hay gente que para meditar necesita libros, cursos, inciensos exóticos, cojines especiales, velas, cedés, deuvedés... Y sobre todo, maestros a los que adorar. Enigmáticos maestros que dependen de los halagos de sus alumnos como éstos necesitan la autoridad de ellos. Simpáticos maestros que se llenan de ira cuando alguien les lleva la contraria, porque el globo de la vanidad, querido José, cuanto más inflado está, más ruido hace al explotar.
La barrita de incienso nos regala su último suspiro y el maestro zen me invita a encender otra de las que él fabrica con sus propias manos.
-¿Quieres comprobar el poder del pensamiento?. Observa la trayectoria del humo. Mira qué forma tan elegante de desaparecer en el aire. ¿Ves que no hay nada que afecte su ascendencia? Bien, pues ahora voy a traer a mi mente un recuerdo que me provoque un sentimiento de hostil y fíjate bien lo que pasa.
El maestro se retira un metro de distancia, cierra los ojos, aprieta los labios y la brasa de incienso de ilumina como si alguien estuviera soplando sobre ella. El humo, que hasta ahora ascendía suavemente, empieza a arremolinarse de forma violenta. Segundos después él se relaja y recupera la apariencia relajada. Pero algo ha cambiado en el ambiente. Algo que tarda en desaparecer aún después de haber finalizado el experimento.
-Cuando yo tenía más o menos tu edad, un día que estaba entrenando con la katana frente al espejo observé los ojos del hombre que tenía delante. Observé su gesto amenazante, su mirada llena de ira, y así, de golpe, me di cuenta de que mi peor enemigo era yo mismo. Cuando volví a casa envainé la espada en la saya y a partir de entonces me dediqué a meditar. Han pasado ya treinta años, y hoy puedo decirte que el verdadero espíritu de las artes marciales es derrotar al enemigo que llevamos dentro. Nadie puede hacerte más daño que tu orgullo, que tu cólera, que tu ambición... Nadie puede causarte más dolor que su propia ignorancia. Ahora, contrariamente a cuando era joven, me gustan los hombres que han perdido muchas batallas. ¿Y sabes por qué? Porque eso demuestra que no han huído de ninguna. Desde aquel día no he dejado de meditar. Y a pesar de que lo hago nueve horas cada día, no me siento una persona religiosa. Cuando un alumno me pregunta qué he aprendido después de tantos años de meditación, siempre le respondo lo mismo: he conocido muchos hombres por los que valdría la pena morir, pero ningún dios por el que valiera la pena matar. Esta es mi religión.
Justo ahora suena mi móvil. Pido disculpas y me dispongo rápidamente a colgar, pero el maestro zen, con gesto autoritario, me ordena que atienda la llamada. Ésta dura menos de diez segundos, pero es tiempo suficiente para que él saque sus propias conclusiones.
-Por el tono de tu voz, intuyo que no se trata de un hombre. Por la forma de despedirte, veo que no se trata de cualquier mujer. Déjame decirte que sólo se debe seducir a una mujer si se está dispuesto a morir por ella. Éste es mi código de honor. ¿Tú estarías dispuesto a morir por ella?
-Le doy mi palabra.
-Tu palabra, de qué?.
-Mi palabra de amor.
José Escuder es una persona un tanto ígnota. Él mismo, al enviarnos sus datos y el documento de texto que contenía el presente artículo, nos indicaba ser una persona 'diferente', hecho por el cual no podía desvelarnos más datos acerca de su identidad.
Lo que sí podemos decirles desde LDM, es que el autor que tienen delante suyo, posee un talento natural para captar la atención de todo aquél que le lee. Sólo decir que sus publicaciones en su página de facebook reciben centenares de visitas mensuales, y sus artículos, llenos de mensajes subliminares, muy actuales, que van más allá de la estela del budismo, arrasan entre sus lectores.
Desde LITERATURA DEL MAÑANA, le damos las gracias por colaborar con nosotros, hecho que, estamos seguros, será muy aplaudido entre nuestros lectores.
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