Como un impacto llameante de intensidad frenética, a medio giro de un pistoletazo perdido en medio de una ciudad sin nombre y un bar cochambroso donde los haya es la no-pretendida resurrección que los alicantinos P. A. Martínez y Juan F. A. Simarro han decidido llevar a un género que, pese a estar ya muy trillado, continúa despertándonos, y llenando, ese lado sentimental y vacío melancólico que siempre nos ha producido una narrativa que se ha convertido en una subcultura en sí misma; reconvertida aquí en una de las catarsis literarias de nuestra posmodernidad, importando la esencia comiquera de Sánchez Abulí y la intensidad del cine B de los 40 y 50 a un espacio narrativo que tanto les gusta a nuestros lectores: Internet.
LITERATURA DEL MAÑANA
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¿Sabes, amigo?, todavía sigo pensando que regresarás y espío la puerta del Korova esperando verte aparecer. A pesar del tiempo pasado desde la última vez que coincidimos, sigo sintiéndote aquí. Las risas, las noches perdidas, las borracheras…, maldita sea, hasta recuerdo la charla que te dio Dave la primera vez que pisaste el local: "Muchacho, voy a ser muy claro. Compré este club hace mucho tiempo y he trabajado demasiado como para dejar que lo infecte tu inocencia. La noche es atractiva, luce un encanto especial, un tapiz nublado que podría marear al whisky en el ambiente más sórdido. Pero créeme muchacho, lo sé de sobras, no todo es tan sencillo ni romántico, aquí podrías lastimarte mirando a cualquier chica. Un tiempo respirando el humo de este club y mañana podrías contaminar a tus compañeros. Muchacho, esto no es como en el cine, cuando ves a Paul Newman emborracharse y salir del bar con su mirada azul. Maldita sea, si ese tipo hubiera pasado un par de horas en el Korova se le habría vuelto negra la sonrisa".
Sí amigo. Aquella charla no te hizo huir de mi lado en el club. Ni ninguna otra, ni siquiera las mujeres que fueron pasando lo lograron. Ni aquella enfermera que tenía por ojos dos sicarios con más cuentas pendientes que los Juzgados de Chicago, ni un poco antes aquella otra, metida en política, que dejó en tu interior una herida con tres mil trayectorias. Y si las mujeres no pudieron que decir del dinero y las veces que me lo prestaste. Por dios santo, amigo, estuve a punto de pedirte prestado para contratar a un tipo que me llevara la cuenta de lo que te debía.
Sí amigo, teníamos confianza. Te tenía tanta que a veces me daban ganas de buscarme problemas sólo para poder contártelos. Ahora, en ocasiones, cuando ya es tarde y la noche está hecha jirones, me da por recordar todo eso. Lo hago en silencio, sentado en la barra de nuestro querido Korova, en la misma banqueta que tantas veces fue vecina de la tuya, mientras regresan lentamente las viejas imágenes de nuestras mil historias que parecen llevar de fondo la turbia voz de Van Morrison. Dios santo, amigo, éramos tan jóvenes que algunos de nuestros recuerdos pertenecían todavía al futuro.
No se por qué te fuiste, nunca te pedí explicaciones. Sólo espero que decidas regresar. Mientras, te esperaré sentado en la barra de nuestro Korova.
1 Dave. Pon dos copas. De lo de siempre.
Copyright:
Relato:
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Imagen:
Carrer dels Cardadors (Perpinyà)
Óleo sobre mesa entelada (27 x 22 cm)
Autor: ©Jordi Galbán
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