“No advertimos lo que somos hasta que lo que hablamos o pensamos se ha convertido en sólido hecho”.
Anónimo
Uno de los conceptos que aún no se han erradicado de nuestra forma de pensar es el fenómeno racista. En el relato que les presentamos, Ángel Brichs retrata, someramente, una escena trivial en la que se nos descubren unas posturas en conflicto que, en ciertos casos -como en la historia- van más allá de las palabras. Son algunos de aquellos tópicos, que el inmigrante tiene que salvar para encontrar su lugar en un país extranjero, en el cual, a menudo, resulta más que desplazado, rechazado.
-¡Idiota aqueroso! ¿Qué haces aquí?
El hombre no sabía qué responder.
Se había quedado impávido; y fue en ese estado -más psíquico que físico- que los odios y rencillas no se hicieron esperar.
Un lenguaje altisonante, de propensión a la obscenidad y al recrudecimiento verbal, no tardó en cebarse en aquel individuo de piel de ébano que se hallaba, sentado, sin articular palabra, en una silla de la mesa doce del “Bingo alegría”, un local lleno de humo y vicio, en el que toda ficha menor de cincuenta estaba prohibida.
Al fin y al cabo, el “chato” era negro. ¿A quién le iba a importar? Se le había tildado de correcaminos y “yambo mambo”, hasta de “pachuelo”, pero nunca le habían subestimado de esa forma.
Anacleto, “el yute de la barbería”, como le llamaban, se había hecho con un negocio bastante próspero. Y además, legal. La barbería, un local de no más de treinta metros cuadrados divididos en tres cubículos: mujeres, hombres y niños, en nada se parecía a la letrina infecta, llena de piojosos y macarras de poco peso, que iban más a lavarse el pelo y esnifar laca de la buena que a cortarse las grasientas greñas que llevaban. Al morir “Juan el empalmao”, el jefe del establecimiento, un vejestorio más corrupto que el conserje de un motel de carretera, ya bizco y cojo de una pata; un negro mulato, con un culo de grandiosas proporciones, se sentó en el mismo sillón que otrora lo hiciera Don Juan. La diferencia es que el “habanero” sabía llevar las cuentas, y Juan, tan sólo avezado a darse a la gran vida, pasar un sobre por allí y recoger otro por allá, siempre con sus ínfulas de gran jefe; el negrito le pasaba la mano por la cara, o deberíamos decir “por la tumba”. ¡Si lo viera!.
Claro está que el chico nuevo del barrio sabía cómo llevar un negocio. Por éso a todos nos dejó de piedra cuando lo vimos ante tal situación, contando ovejas. Fuere porque le teníamos muchos ganas o no, lo cierto es que al resto de los ocupantes de la mesa de póker nos importaba un huevo el auge empresarial del “chiquito”. Durante toda la noche lo habíamos estado dejando más seco que un yonki sin metadona. Mano tras otra, el cubano iba aguantando de un tirón; éso sí, como podía. Al muy estúpido se le estaban fundiendo todos los plomos que le quedaban. Ya se sabe, demasiado cerebro: caída libre. A veces es bueno pensar mucho, otras, en cambio...
Lo fuerte es que el tío se lanzaba, una y otra vez, con un ánimo y denuedo difíciles de advertir en algunos de nosotros. Si lo hacía para engañarnos, estaba listo. ¡Qué tipo! Ante estas situaciones no sabes si debes reír o llorar. No tienes ganas de nada. Digamos que, hasta se pierde todo el interés por la partida. Vas de profesional y ¡zas!; se te mete un “patoso” de éstos y te echa el juego a perder. Suerte que al final de todo, siempre estamos en familia.
Al negro se le había caído el pelo. Lo que no sabíamos es, tras tanto cortar, quién se iba a quedar con su negocio.
Copyright:
Del relato:
Ángel Brichs©
De la imagen:
Abi Pap, 2010©
Introducción:
LITERATURA DEL MAÑANA©
Publicado en este blog bajo el consentimiento del autor:
www.literaturadart.blogspot.com
ADVERTENCIA:
Éste no es un cuento de derechas, sólo es una forma de contar algo sin que arda el Misisipi.
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