El milagro de Lucas
Con una mañana tan oscura uno pensaría que el sol aún no había salido. Lucas, sin embargo, saltó contento de la cama, con una sonrisita en la boca que hacía sospechar que algo se traía, alguna cosa sabía, que los demás desconocíamos. En la mesa del desayuno todos lo mirábamos, sorprendidos por verlo contento, y no huraño y malgeniado como de naturaleza se comportaba, desde aquel día de hace casi dos años, cuando cayó del árbol del patio, y se fracturó irremediablemente sus piernas.
-Quiero jugo de naranjas…
Todos seguimos con nuestros desayunos y él guardó silencio hasta terminar el suyo. Aurelia lo puso nuevamente en su sillita y se quedó mirándolo, esperando la seña acostumbrada que la autorizaba para levantarlo y llevarlo a su cuarto, pero esta vez Lucas la detuvo con un gesto distinto. Otra vez iluminó voluntariamente su rostro con una desconocida sonrisa, y pronunció otras cuatro palabras, en un magnífico tono de voz:
-Mañana volveré a caminar…
Sin esperar a la negra, el pequeño dio media vuelta y empujó, decididamente, las ruedas de su silla para llegar a su alcoba. Todos nos quedamos de una pieza, cada uno murmurando para dentro alguna oración corta por la salud del infante, más de uno mal pensando que Lucas se nos estaba enloqueciendo. Bertha y yo nos fuimos para la cocina, nos urgía compartir los últimos sucesos, ver de qué modo podíamos ayudar al niño, a entender ese nuevo capítulo de su actual comportamiento.
Pero, Bertha no entiende nada. No sabe nada y está hecha un manojo de nervios. Decido confiar en mis buenos instintos de que me he sabido ganar en mis oficios como tía, que están basados más en la confianza construida y el respeto por los actos de Lucas, que en la autoridad o el mimo, como suele ser corriente ver. Ahí, en esas dos últimas categorías quedan su padre y el resto de los adultos de la casa. Al entrar, el niño ya tiene sus ojos posados en los míos:
-¿Sí? Últimamente pareces saber muchas cosas…
-No, no son muchas.
-¿Cuántas?… Cuéntame, mi amor…
-No tía, no puede uno ir contando lo que ha sido revelado en secreto…
Al salir de su alcoba, pensé que otra persona estaba envuelta en este asunto, y decidí averiguar quien había convencido al niño de que al otro día volvería a caminar.
Cuando llegué al comedor, ya todos estaban sentados desayunando. Le hice señas a Aurelia para que fuera por el niño. La negra volvió, al instante con la cara demudada, haciendo gestos de negación con las manos; todos nos paramos y empezamos a correr por la casa, gritando y llamándolo.
Mientras todos recorrían las habitaciones yo llegué al ventanal del gran jardín y vi a Lucas. Estaba sentado bajo el gran árbol, justo donde cayera aquella fatídica tarde… Pero, no estaba su silla de ruedas… Salí caminando, queriendo correr, formulándome preguntas sin sentido que iban de mi cabeza a mi corazón.
-¿Sí, tía?
-Que pasa mi amor, ¿qué estás haciendo aquí?
-Dando mis primeros pasitos…
Copyright:
Relato:
José Ignacio Restrepo©
Introducción:
LITERATURA DEL MAÑANA©
Imagen:
Nina Nikolova©
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