Entrados ya en el verano, Félix Esteves, desde Caracas (Venezuela), nos trae otro relato, a medio camino entre el suspense y un erotismo frustrado por los jadeos de los que participan en el juego más viejo del mundo, los amantes, advirtiéndonos éstos, con sus miradas sutiles y seductoras, cuánto se puede decir sin hacer; aquí, en su caso, gracias a la pluma del escritor, el cual añade interés a aquéllo que, ya de por sí, es conocido por todos:
Los amantes menguantes
Cuando se vieron, se percataron de que todo estaba dicho, se siguieron y entraron al primer hotel que se les atravesó, pagaron con tarjeta de crédito con voucher abierto, y apenas entraron a la humilde habitación se inició el alocado frenesí. Se investigaron con todos los sentidos, descubrieron formas inusitadas de amarse, no quedó ningún rincón sin explorarse y en la medida de que pasaba el tiempo, de que crecía su pasión y su desenfrenado ardor, sin darse cuenta, sus cuerpos iban menguando, como desapareciendo en cada gemido de placer, en cada quejido de exquisito dolor, en cada orgasmo prolongado y sostenido, sus apariencias físicas se desdibujaban en la medida de que se entregaban a la vehemencia amatoria.
Al tiempo se desprendía de la habitación un olor a caramelo, a lejía, a flores silvestres, a rancio almizcle, a azahares y canela, a sudor y a sangre. La administración, preocupada por tan extraños aromas, decidió invadir la privacidad de los amantes, pero descubrieron que sobre la cama yacían aún los globos oculares que todavía se emitían mutuas miradas arrebatadoras; pero aquellos desorbitados ojos, al poco tiempo también menguaron en su delirante enardecimiento visual.
Copyright:
Relato:
Félix Esteves©
Introducción:
LITERATURA DEL MAÑANA©
Imagen:
"Unión conyugal" (1985).
(relieve escultórico. Medidas: 90x60)
Autor: Josep Cárceles©
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