La paciencia y la espera
Un gusto exquisito
del saber estar y comportarse
pretende ser la espera;
más bien corta
que larga y sudorosa
atisba las raíces de los males del hombre
y de los deseos de la mujer.
Cuando, súbito hálito amargo y estéril aparece,
¡agarraos fuerte!: deberéis conteneros;
luego ya no valdrá contar las horas,
ya no valdrá esperar.
Es por fin, de deseo, de ira
de prefiles
humanos
y circunstancias vitales
que deberemos sucumbir ante su influjo,
deberemos acudir en su busca
para reencontrarnos a nosotros mismos,
discernir entre nuestros propios
males, y oscuras verdades
para armarnos
de una cualidad que nos hará ser más libres,
detener el tiempo
e influir en el eterno albedrío.
Y ¡no!, no es el elixir de la eterna juventud
ni el dogal del libro de Horus,
es mucho más que todas esas rozaduras;
va más allá de esas vulgaridades,
ya que ella es
y será
la madre de todo.
(Escrito, y corregido, en el interior de la Biblioteca de Catalunya, Barcelona).
Poema e introducción:
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