Una exultante mezcla de pavor y absurdez por contemplarnos demasiado nos ha llevado, en los últimos años, a una dependencia de los nuevos gurúes del conocimiento del s. XXI: los medios de comunicación. Con sus frases cortas -sentenciosamente dictadas- se nos han revelado, junto con la dinámica que nos vino de la mano del "speed time", convirtiéndonos en máquinas personales, que, cada día carecemos de más criterio y menos sentido común, de globalizar nuestras ideas por nuestros pensamientos, los cuales ya no valen nada en un mundo que ya no ama lo bello sino aquello que puede ser continuamente optimizado, y la obligación de pensar no es un requisito que está dentro de esa ecuación. Podría decirse, ahora más que nunca, de que hemos entrado en el fin de la época de la razón.
¿Creéis que no me he dado cuenta?, os digo. Pero a mí no me importáis, no me dice nada un quince por ciento de la población. Es el otro el que me hace salir a flote. Esa totalidad del género humano que yace -de nuevo- en las tinieblas más absolutas. Impedido, narcotizado, huido de la realidad, vindicando un comportamiento que le esconde del resto, para mostrarse, y que no es suya sino de otro y de otra y otro más, una moda que los acompleja, que trasunta más máximas que nunca y busca en los límites de todas las cosas un sentido alegre -y mentiroso- para ilustrar el perfil de nuestras vidas necias y aterciopeladas. Nuestra idea, ¡gran idea!, de asirlo todo con las dos manos, argumentando que todo es demostrable, nos teletransporta a un empirismo radical que todo lo mueve, una objetividad que nos hace resumir cuando es hora de inventar, platicar o argumentar; un hambre y ganas de simplificarlo todo corroe nuestras entrañas, injerta prisa a nuestras venas y sacude los límites de la condición humana, arrojándonos, sin remedio, a un caos de la razón nunca visto hasta ahora y que a todos y todas nos envuelve.
Y ahora, cuando hemos querido evolucionar, en estos últimos años, hemos comprendido que lo único que estábamos haciendo era copiar, emular y remover las conciencias -las nuestras- volviendo nuestra mirada hacia el Dadá, la estética pop de los ochentas, el "old techno" y todas las variantes de una palabra que, ahora más que nunca, sabemos lo que significa: retro. Pero lo que no nos damos cuenta -todavía- es de que este guiso, que es cada vez más espeso, llevaba durante todo ese tiempo las mismas letras de esa palabra maldita que nos condujo a éste: psique.
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©Ángel Brichs.
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